En momentos
de crisis injustas y confusión, de fundamentalismos-integrismos o, su otra
cara, de relativismos a todos los niveles y ámbitos de la vida. Tal como los que
estamos viviendo actualmente, conviene pararse y volver a lo esencial de las
cosas y de la realidad.
En especial, en el ámbito de la fe cristina y eclesial. Eso
es lo que pretendemos en este escrito. Con la guía de la reflexión teológica
actual y, en especial, con la tradición-enseñanza de nuestra iglesia católica
(universal), ya bi-milenaria; teniendo, singularmente, como brújula al Concilio
Vaticano II. La entraña de la fe es el Dios Padre con su corazón Materno, el Dios Amor, revelado en la vida y
pascua (en el pobre y crucificado-resucitado) del Hijo. En Jesús de Nazaret, el
Cristo salvador y liberador con su proyecto para la humanidad, el mundo y la historia:
el Reino de Dios y su amor fraterno y perdón, su vida, paz y justicia con los
pobres (empobrecidos y oprimidos, excluidos y víctimas de la historia). Aquí se
encuentra el corazón de la fe, en el Dios que en Jesús y su Don (Gracia) del
Reino nos da la vida y salva en el amor fraterno, paz y justicia con los pobres;
y, de esta forma, nos libera integralmente del pecado y de la muerte, de todo
mal, injusticia y opresión. Como se observa, con la vida y Pascua de Cristo el
Reino y su salvación empieza ya, aquí, en la vida del mundo y de la historia
con la realización de la fraternidad y el amor, de la paz y la justicia con los
pobres. Lo que culmina en la vida plena-eterna, en la liberación definitiva del
pecado y de la muerte, de todo mal, injusticia y sufrimiento.
En este sentido, como se ve claramente, el
Reino de Dios tiene un carácter personal y, a la vez (de forma
inter-relacionada), comunitario, social y público, ético-político en el sentido
que busca para los pueblos, el mundo y la historia: la fraternidad y el bien
común, la paz y la justicia con los pobres. Es el significado de la Encarnación
de Dios en Jesús que asume toda la realidad (personal y socio-política, la
historia y la creación-cosmos), para salvarla y liberarla globalmente. La
Encarnación del Reino de Dios Padre, en
la vida y pascua de Jesús que, en su Espíritu, se ha manifestado y
continúa habitando toda la tierra, en la humanidad y la realidad histórica. El
Reino de Dios Padre en el Hijo y su Espíritu, el Dios Trinitario, en la
comunión fraterna y solidaria de las tres Divinas Personas: es la entraña que
habita y modela al pueblo de Dios que anuncia, celebra y realiza el Reino de
amor y justicia con los pobres en el mundo y en la historia. Pueblo
de Dios que en la fe se enraíza y se encuentra, de forma más plena, en la
comunidad apostólica que Dios en Jesús y su Espíritu fundó, la iglesia
universal (católica). La iglesia católica es así símbolo (sacramento) del Dios
Trinitario y su Reino de salvación en la comunión fraterna y en la justicia con
los pobres. Es la iglesia pobre y fraternal en Cristo pobre y crucificado, la iglesia
de los pobres en el amor universal y justicia con los pueblos crucificados en
la injusticia (los pobres), que nos regala el Reino para que se realice esta
salvación en la comunión fraterna universal.
Como
sacramento de comunión y salvación universal en la fraternidad y justicia con
los pobres, la iglesia tiene como misión vivir (comunión) y celebrar
(liturgia), anunciar (profecía) y servir (diakonía) para realizar en la
historia el Evangelio (Buena Noticia) del Reino de Dios con su amor y justicia
con los pobres. La misión evangelizadora del Reino marca toda la vida y pastoral-praxis de la iglesia. La iglesia
tiene su corazón en la unión con Dios en Jesús y su Espíritu, que realiza el
Reino y su comunión fraterna en la historia. Esto es, la iglesia se entraña en esta
espiritualidad de vida en el Dios que se revela en Cristo y su Reino, que se
expresa en su vida y praxis de: oración y litúrgica-sacramental, como iglesia
sacerdotal; de anuncio del Reino (educación-formación en la fe, catequesis…) y
denuncia contra todo aquello que no se ajuste al Reino, como iglesia profética;
de servicio en la caridad y su acción social para el bien común y la justicia
con los pobres, como iglesia de la diakonía. En realidad, como se ve, la iglesia vive
desde esta comunión (konionía) en Dios y con la humanidad, celebrando,
anunciado y sirviendo al Reino del amor y la justicia con los pobres. Dios que
es Amor y Justicia se nos entrega como Don, Gracia, suscitando en la iglesia la
fe por la que nos adherimos al Reino y su salvación, en la esperanza que
se realiza en el amor y la justicia liberadora. Es la iglesia
teologal de la fe, esperanza y caridad cuyo amor y justicia con los pobres:
impregna y realiza esta fe en el Reino con su esperanza de que la salvación ya-
aquí y ahora- se va estableciendo en el mundo y la historia con Cristo y su
Reino de amor fraterno y justicia. La praxis orante y celebrativa, profética y
de diakonía en la iglesia está toda ella animada, vivificada por esta vida
teologal de fe y esperanza en el Dios Amor-Caridad y Justicia con los pobres,
que es lo que celebramos, oramos y vivimos en el servicio de este amor, caridad
y su justicia con los pobres.
Tal como
corresponde al Reino y a su Encarnación en Jesús, esta vida teologal de fe,
esperanza y caridad es a la vez, de forma co-relacionada, personal y sociopolítica
que busca el bien común y la justicia con los pobres; una sociedad y un mundo
más fraterno y justo, que es lo que Dios nos regala con su Reino. De ahí que la
misión evangelizadora y su gracia salvadora tenga como elementos constitutivos:
el compromiso por la paz y la justicia que va transformando a las personas y al
mundo, con sus relaciones e instituciones, leyes y estructuras de pecado e injustas que oprimen y excluyen a las
personas, a los pobres; la defensa y promoción de la vida en todas sus fases y
dimensiones, servir y promover la dignidad, derechos y desarrollo solidario,
liberador e integral de las personas y de los pueblos. La gracia y su
salvación, que se realiza en el amor y la justicia con los pobres, contempla y
abarca inseparablemente el espíritu o alma y el cuerpo- somos espíritu
encarnado-, la persona con su sociedad y mundo, los corazones, la cultura y sus
relaciones, leyes y estructuras o sistemas (sociales y políticos, laborales y
económicos…). La gracia y su salvación se nos regalan para liberarnos
integralmente. Es una liberación del pecado personal en la conversión del
corazón, de la persona que es asimismo comunitaria y social-política. Y, por
tanto, es a la misma vez una liberación de la sociedad y del mundo, del pecado
social-estructural, de las estructuras sociales de pecado que impiden el amor
fraterno, justo. La gracia-caridad y el pecado son de forma inseparable,
sinérgicamente, personal y socioestructural; por lo que hay promover
estructuras de gracia, fraternas frente al mal.
Y es que no
se puede disociar el amor-caridad de la justicia (social, global) que busca el
bien común e ir las raíces y causas (espirituales-morales y
políticas/económicas) de las cuestiones sociales, de la injusticia y
desigualdad que generan las mayores problemáticas. Tales como el paro o la
explotación laboral y, como consecuencia,
el hambre y la miseria, la pobreza y la exclusión social, el no respeto
a la dignidad y vida de las personas. Y todo ello desde el protagonismo y
promoción liberadora e integral de los pobres. No solo hay que dar el pez (los
alimentos o bolsa de comida y ropa, etc.) y la caña de pescar (una educación,
formación…), a pesar de que todo esto es urgente y necesario. Pero si nos quedamos
sólo en esta beneficencia o asistencia y proyectos de desarrollo comos los
educativos, etc. practicamos un asistencialismo paternalista, que encubre las
raíces y las causas de las injusticias con sus desigualdades que generan el
hambre, la pobreza y la exclusión en el mundo. Nos convertimos en cómplices y
colaboradores de este mal e injusticia
social y global. Tal como se encarna, actualmente, en la ideología y sistema
del neoliberalismo, del capitalismo que es inmoral e inhumano. El capitalismo asesina
por hambre, miseria y pobreza a miles y miles de personas al día, miles y miles
de niños; asesinados porque no son rentables, productivos ni competitivos para
su sistema global de comercio injusto, su sistema mundial financiero
especulativo-usurero o el laboral que es indecente. Nuestras praxis socio-caritativa
tiene credibilidad moral, es ética y justa: si denuncia y transforma esta
ideología y sistema capitalista inmoral, que ha generado la estafa y corrupción
actual de la crisis. No
podemos ser colaboradores del capitalismo y de sus grandes empresas multinacionales,
de sus corporaciones financieras-bancarias, con sus banqueros y ejecutivos,
dueños tiránicos del mundo que fabrican la pobreza en serie.
Para toda
esta praxis en la caridad, como nos enseña
la iglesia, es imprescindible la conocida como doctrina social de la iglesia
(DSI), que es un aspecto constitutivo de la misión de la iglesia. Y que contiene
principios y claves que desmontan el mal e injusticia, que le es inherente al
capitalismo. Como la verdadera libertad, que se opone al individualismo
neoliberal y que se efectúa en el compromiso por la justicia y el bien moral.
La ética debe regir a la economía y a la política para el bien común, no para
unos pocos. La vida, justicia y dignidad de las personas por encima del mercado
y del beneficio, de la rentabilidad y competitividad. El destino universal de
los bienes que es lo primero, antes que la propiedad privada que está
subordinada a este reparto justo y uso común de los bienes. De ahí que las
riquezas, el ser ricos, sea inmoral. La prioridad del trabajo, del trabajador-a
y su dignidad: sobre el capital, sobre las ganancias y balances, déficits o
ajustes. La socialización del trabajo y de la empresa se antepone a la
concentración privada o estatal de los medios de producción (del gobierno y
gestión de la empresa). La economía real, la creación de empleo y el desarrollo
humano que debe erradicar la especulación y usura financiera-bancaria; las
finanzas están al servicio de la inversión para el empleo y el estado social de
derecho-s.
Esta praxis
de la caridad social y política, guiada por este tesoro de la DSI, para la transformación del mundo y sus estructuras
injustas, como el capitalismo, tiene como sujetos principales al laicado; al
apostolado seglar y la acción católica- forma diocesana primordial de
organización laical-, a las imprescindibles comisiones diocesanas de
solidaridad internacional o, de forma mas habitual, de justicia y paz. Este
laicado, laicos y familias, tienen como vocación y misión específica, por su
condición bautismal, ejercer su sacerdocio, su ser profetas y reyes: en la
consagración, anuncio/denuncia y servicio trasformador-liberador, más directo e
inmediato, del mundo y su gestión de las realidades humanas. Como son la
cultura, la política y la
economía. Y el ministerio (sacerdocio) ordenado, con sus presbíteros
y obispos, presididos en la caridad por el sucesor de Pedro (el Papa), está al
servicio de este sacerdocio común de los laicos, de la santidad bautismal en la
caridad política transformadora del mundo, que es lo peculiar y específico del
carisma y misión de los laicos.
Después de
este recorrido sintético por entraña de la fe en la vida y praxis de la
iglesia, tal como nos la muestra la teología y el magisterio, concluimos más
enamorados del seguimiento de Jesús. Más entusiasmados con esta vida de fe en
la esperanza que se efectúa en amor y justicia con los pobres, para que se vaya
realizando el Reino de Dios en la vida del mundo, que culmina en la vida
plena-eterna, en la comunión de los santos.
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Por Agustín Ortega, Subdirector del Centro Loyola (Las Palmas) y
Profesor en el ISTIC (Departamento de
Praxis)
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