En estos días, en los que las actuaciones de la Fiscalía catalana y las autoridades de la Comunidad de Madrid están sacando a la luz la trágica realidad de la práctica ilegal abortista en España, me han venido a la cabeza unas palabras de Juan Pablo II en 1997, precisamente en su tierra natal: “Una nación que mata a sus propios hijos es una nación sin futuro».
Creedme que no me ha resultado fácil decir estas cosas refiriéndome a mi nación, pero yo deseo para ella un futuro, un futuro maravilloso. Es necesaria, por consiguiente, una movilización general de las conciencias y un esfuerzo ético común, para hacer realidad la gran estrategia de la defensa de la vida” (4 de junio de 1997). ¡Cómo son auténticas y actuales a pesar del decenio transcurrido. ¡Y cómo son aplicables a la realidad española!
La ley de despenalización del aborto en España es clara al respecto: El aborto en España es un delito contra la vida que está disculpado en tres supuestos: embarazo por violación, taras físicas o psíquicas del feto o riesgos de este tipo para la madre. ¡Es un delito, aunque hay casos en los que no se considera tal! No me gustaría a mí que mi derecho a la vida, sin el cual no subsisten los demás derechos humanos, pudiera impunemente violarse en unas ocasiones sí y en otras no.
Las actuaciones de las autoridades arriba mencionadas ponen de relieve la necesidad de evitar el peligro que se deriva de la inconsistencia de la ley de despenalización, que parece favorecer la implantación del aborto libre. Si la justicia llega al final en este triste caso, y se confirman las previsiones que las medidas cautelares adoptadas permiten presumir, nos podríamos encontrar con la triste sorpresa de la pasividad de ciertas esferas de las administraciones públicas y el silencio cómplice de los políticos y, en general, de una amplia capa de la sociedad ante ese problema.
El alto número de abortos en España –se prevé que este año se cobre 100.000 vidas (bastantes más que la guerra de Irak, el terrorismo de ETA, los accidentes de tráfico, etc.)- exige una reflexión seria, que desemboque en la adopción de medidas de protección del menor, de la mujer y de la familia, y se desenmascare de una vez la tapadera de la “salud psíquica” de la madre, tapadera legal y supuesto tan ambiguo que no hace sino favorecer lo que se está descubriendo: falsificación de informes médicos, intrusismo profesional, falta de control, etc.. Por otro lado, hay que acabar con lo que se ha convertido en un lucrativo negocio e industrializado para algunas clínicas privadas, que llegan a cobrar hasta cuatro mil euros por un aborto.
Mientras tanto, y con carácter urgente, ojalá que el acierto de la Fiscalía de Barcelona y del Gobierno de la Comunidad de Madrid haga que cunda el ejemplo para que todas las Comunidades Autónomas pongan en marcha sus servicios de inspección y la Fiscalía General del Estado, muy diligente en tantos casos, ordene a todas las fiscalías abrir investigaciones propias para llevar la práctica del aborto ilegal ante los tribunales.
Aquí, en las Baleares supongo que no faltan las clínicas abortistas, pues los datos sobre las cifras de abortos son muy altos, aunque para un cristiano un solo aborto provocado ya es demasiado alto. Por fortuna, tampoco faltan los centros de defensa de la vida: los podemos encontrar en Internet y ayudarlos, divulgarlos, apoyarlos. He leído en la prensa que sólo hasta el mes de junio se han producido en esta Comunidad Autónoma 1.595 abortos. Hace temblar el pensar cuál será la cifra al final del año. Algunos, además, intentando dulcificar las cosas llaman al aborto nada menos que “interrupciones voluntarias del embarazo”, como si se tratara de algo inocuo, como sacarse una muela o extirpar una pequeña una infección. Mientras, una asociación balear para la defensa de la vida está a la espera, desde el mes de agosto en que lo solicitaron, de que el Presidente del Govern Balear, Frances Antich, le reciba para tratar sobre el drama que supone el aborto en Baleares. Yo deseo que el Presidente, tan atento en tantos temas, lo sea también en este que reviste las dimensiones de una verdadera tragedia: haría un gran bien a la sociedad balear afrontando la problemática de las mujeres y familias que recurren a lo que el Concilio Vaticano II califica como “crimen abominable”, mientras que otros sin escrúpulos se lucran con este negocio inmoral.
Para concluir este artículo, y deseando promover la movilización de las conciencias y de la ciencia ante este tristísimo problema, vayan estas palabras de aquella mujer pequeña de estatura y grande de humanidad, la Beata Madre Teresa de Calcuta, que las dirigió a los participantes en la Conferencia internacional sobre «Población y desarrollo », convocada por la Organización de las Naciones Unidas en el Cairo, en 1994: «Os hablo desde lo más íntimo de mi corazón; hablo a cada hombre en todos los países del mundo: a las madres, a los padres y a los hijos en las ciudades, en los pueblos y en las aldeas. Cada uno de nosotros hoy se encuentra aquí gracias al amor de Dios que nos ha creado, y gracias a nuestros padres, que nos acogieron y quisieron darnos la vida. La vida es el mayor don de Dios. Por esto es triste ver lo que acontece hoy en tantas partes del mundo: la vida es deliberadamente destruida por la guerra, por la violencia, por el aborto. Y nosotros hemos sido creados por Dios para cosas más grandes: amar y ser amados. A menudo he afirmado, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué podrá impedirnos a ti y a mí matarnos recíprocamente? El único que tiene derecho sobre la vida es Aquel que la creó. Nadie más tiene ese derecho; ni la madre, ni el padre, ni el doctor, ni una agencia, ni una conferencia, ni un gobierno. (...) Me aterra el pensamiento de todos los que matan su propia conciencia, para poder cometer el aborto. Después de la muerte nos encontraremos cara a cara con Dios, Dador de la vida. ¿Quién asumirá la responsabilidad ante Dios por los millones y millones de niños a los que no se les dio la posibilidad de vivir, de amar y de ser amados? (...) Un niño es el don más grande para la familia, y para la nación. No rechacemos jamás este don de Dios”.
La ley de despenalización del aborto en España es clara al respecto: El aborto en España es un delito contra la vida que está disculpado en tres supuestos: embarazo por violación, taras físicas o psíquicas del feto o riesgos de este tipo para la madre. ¡Es un delito, aunque hay casos en los que no se considera tal! No me gustaría a mí que mi derecho a la vida, sin el cual no subsisten los demás derechos humanos, pudiera impunemente violarse en unas ocasiones sí y en otras no.
Las actuaciones de las autoridades arriba mencionadas ponen de relieve la necesidad de evitar el peligro que se deriva de la inconsistencia de la ley de despenalización, que parece favorecer la implantación del aborto libre. Si la justicia llega al final en este triste caso, y se confirman las previsiones que las medidas cautelares adoptadas permiten presumir, nos podríamos encontrar con la triste sorpresa de la pasividad de ciertas esferas de las administraciones públicas y el silencio cómplice de los políticos y, en general, de una amplia capa de la sociedad ante ese problema.
El alto número de abortos en España –se prevé que este año se cobre 100.000 vidas (bastantes más que la guerra de Irak, el terrorismo de ETA, los accidentes de tráfico, etc.)- exige una reflexión seria, que desemboque en la adopción de medidas de protección del menor, de la mujer y de la familia, y se desenmascare de una vez la tapadera de la “salud psíquica” de la madre, tapadera legal y supuesto tan ambiguo que no hace sino favorecer lo que se está descubriendo: falsificación de informes médicos, intrusismo profesional, falta de control, etc.. Por otro lado, hay que acabar con lo que se ha convertido en un lucrativo negocio e industrializado para algunas clínicas privadas, que llegan a cobrar hasta cuatro mil euros por un aborto.
Mientras tanto, y con carácter urgente, ojalá que el acierto de la Fiscalía de Barcelona y del Gobierno de la Comunidad de Madrid haga que cunda el ejemplo para que todas las Comunidades Autónomas pongan en marcha sus servicios de inspección y la Fiscalía General del Estado, muy diligente en tantos casos, ordene a todas las fiscalías abrir investigaciones propias para llevar la práctica del aborto ilegal ante los tribunales.
Aquí, en las Baleares supongo que no faltan las clínicas abortistas, pues los datos sobre las cifras de abortos son muy altos, aunque para un cristiano un solo aborto provocado ya es demasiado alto. Por fortuna, tampoco faltan los centros de defensa de la vida: los podemos encontrar en Internet y ayudarlos, divulgarlos, apoyarlos. He leído en la prensa que sólo hasta el mes de junio se han producido en esta Comunidad Autónoma 1.595 abortos. Hace temblar el pensar cuál será la cifra al final del año. Algunos, además, intentando dulcificar las cosas llaman al aborto nada menos que “interrupciones voluntarias del embarazo”, como si se tratara de algo inocuo, como sacarse una muela o extirpar una pequeña una infección. Mientras, una asociación balear para la defensa de la vida está a la espera, desde el mes de agosto en que lo solicitaron, de que el Presidente del Govern Balear, Frances Antich, le reciba para tratar sobre el drama que supone el aborto en Baleares. Yo deseo que el Presidente, tan atento en tantos temas, lo sea también en este que reviste las dimensiones de una verdadera tragedia: haría un gran bien a la sociedad balear afrontando la problemática de las mujeres y familias que recurren a lo que el Concilio Vaticano II califica como “crimen abominable”, mientras que otros sin escrúpulos se lucran con este negocio inmoral.
Para concluir este artículo, y deseando promover la movilización de las conciencias y de la ciencia ante este tristísimo problema, vayan estas palabras de aquella mujer pequeña de estatura y grande de humanidad, la Beata Madre Teresa de Calcuta, que las dirigió a los participantes en la Conferencia internacional sobre «Población y desarrollo », convocada por la Organización de las Naciones Unidas en el Cairo, en 1994: «Os hablo desde lo más íntimo de mi corazón; hablo a cada hombre en todos los países del mundo: a las madres, a los padres y a los hijos en las ciudades, en los pueblos y en las aldeas. Cada uno de nosotros hoy se encuentra aquí gracias al amor de Dios que nos ha creado, y gracias a nuestros padres, que nos acogieron y quisieron darnos la vida. La vida es el mayor don de Dios. Por esto es triste ver lo que acontece hoy en tantas partes del mundo: la vida es deliberadamente destruida por la guerra, por la violencia, por el aborto. Y nosotros hemos sido creados por Dios para cosas más grandes: amar y ser amados. A menudo he afirmado, y estoy segura de ello, que el mayor destructor de la paz en el mundo de hoy es el aborto. Si una madre puede matar a su propio hijo, ¿qué podrá impedirnos a ti y a mí matarnos recíprocamente? El único que tiene derecho sobre la vida es Aquel que la creó. Nadie más tiene ese derecho; ni la madre, ni el padre, ni el doctor, ni una agencia, ni una conferencia, ni un gobierno. (...) Me aterra el pensamiento de todos los que matan su propia conciencia, para poder cometer el aborto. Después de la muerte nos encontraremos cara a cara con Dios, Dador de la vida. ¿Quién asumirá la responsabilidad ante Dios por los millones y millones de niños a los que no se les dio la posibilidad de vivir, de amar y de ser amados? (...) Un niño es el don más grande para la familia, y para la nación. No rechacemos jamás este don de Dios”.
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