jueves, 16 de mayo de 2013

Diálogo Crítico: condiciones de Robert Apatow

Posted by Unknown  |  at   6:01




¿Qué es dialogar? 

Recordemos que las etimologías de la palabra diálogo son dos palabras griegas: dia, a través y logos, razón y palabra. Así que dialogar es un intercambio verbal y razonado entre dos o más personas que se realiza de acuerdo a determinadas condiciones. 

4.2 El diálogo crítico 

La máxima expresión del diálogo es el diálogo crítico, cuyo objetivo es llegar al fondo de algún tema o asunto y aproximarse lo más posible a la verdad. Los diálogos de Platón constituyen el prototipo de los diálogos críticos. 

Los buenos seminarios académicos, se sustentan en el diálogo crítico. En la educación superior es cada día más frecuente asistir a seminarios en vez de los cursos tradicionales, lo cual es muy alentador. El auténtico seminario es aquél en donde circulan las ideas con plena libertad en aras de la verdad o de lo que se considera mejor para todos. En esta cultura de la participación generalizada, es de primordial importancia saber dialogar, para enriquecer cada sesión. 

4.3 - Las condiciones necesarias para el diálogo crítico 

De acuerdo a Robert Apatow (1999) cuatro son las condiciones que hacen posible el diálogo crítico: La amistad, dialogar acerca de un solo tema por sesión, tener como propósito alcanzar la verdad o aproximarse a lo que entendemos por ésta y finalmente el respeto al logos: la razón y el lenguaje. 

a) La amistad 

Es necesaria una relación de persona a persona entre los dialogantes. Una persona no puede dialogar cordialmente con un personaje, porque estaría necesariamente a la defensiva impidiendo que el personaje, con el delirio de grandeza que le caracteriza, lo avasalle, lo domine. 

Pero la persona tampoco puede dialogar normalmente con un personoide, ya que éste, cuando no está quejándose y sintiéndose víctima de todo, sólo está esperando que le digan qué hacer o qué opinar porque no tiene vida propia. Así pues sólo puede haber un diálogo cordial, fluido, natural, entre las personas libres, con la conciencia de su propia dignidad, dispuestas a aprender lo que no saben pero también de aportar lo que está en sus manos. 

Se requiere una relación de igual a igual. Esta característica se desprende de la anterior. Si no es posible el diálogo de una persona con personajes y personoides, por la misma razón no es posible el diálogo entre desiguales; entre dominador y dominado, entre jefe y subordinado. Sólo cuando los dialogantes renuncian a sus credenciales de poder o de autoridad, es posible que el diálogo fluya cordialmente. 

Al trascurrir del diálogo es preciso que los dialogantes asuman actitudes congruentes con la amistad. Como la cordialidad es una manera de ser y la amistad, una actitud hacia el otro, es preciso que ambas estén presentes durante el diálogo, y esto se muestra con otras actitudes afines como las siguientes: Cordialidad, honestidad, sinceridad, humildad, confianza, comprensión, aceptación de las diferencias y reconocimiento de los propios errores. 

Estar en desacuerdo con alguien no es atacarlo. Con frecuencia el exceso de susceptibilidad nos hace creer que cuando alguien piensa distinto de nosotros, nos está atacando personalmente y entonces nos sentimos obligados a responder y no siempre en buenos términos. Nuestra mentalidad tiene que cambiar para que el diálogo no se interrumpa. 

b) - Abordar un solo tema en cada sesión 

Que el tema sea de interés general y aceptado por los dialogantes. Cuando el tema prende el interés de los presentes, el diálogo fluye con facilidad y abundancia de participaciones. 

No se vale proponer un tema con segundas intenciones. Hay que tener cuidado con los participantes manipuladores que suelen proponer temas para “llevar agua a su molino”, para sacar ventaja personal del mismo. 

No “picotear” los temas. Cuando durante un supuesto diálogo se pasa de un tema a otro a la menor provocación, ya no es un diálogo sino una charla informal o simple “cotorreo”. 

Cuidado con las digresiones. Es a todas luces aconsejable evitar las digresiones, salirse del tema. Sin embargo, cuando un grupo esté consciente de que cayó en una digresión pero en ese momento el grupo la considera importante, se puede continuar en ella hasta agotarla y cuando esto ocurra, regresar al tema original. 

c) - La verdad 

Nadie es depositario de la verdad absoluta. Es sumamente importante estar convencidos de esto para no estar reclamando a cada instante que tenemos la razón, cuando de hecho no la tenemos. La práctica del diálogo crítico nos enseña que entre todos vamos llegando a la verdad, porque en el mejor de los casos, todos tenemos parte de ella. Cuidado con las actitudes dogmáticas impropias para dialogar. 

Nadie es absolutamente sabio ni absolutamente ignorante. La experiencia de vida nos dice que todos conocemos algo y que tenemos nuestra propia cultura por muy simple que pudiera parecer; que nadie, por muy inteligente y estudioso que sea, domina todos los conocimientos acerca de todo. Ante esto no nos queda más que unirnos y ayudarnos entre todos para conocer, saber, aprender y crecer. 

En el diálogo todos se ayudan para alcanzar el objetivo. Al contrario de los debates en donde necesariamente unos ganan y otros pierden, en el diálogo crítico todos salen ganando cuando se alcanza el objetivo de acercarse o de llegar a la verdad. Así como es sumamente satisfactorio que un grupo de amigos sea capaz de pintar decorosamente un local para atender consultas de la comunidad, de la misma manera es sumamente satisfactorio cuando con la ayuda de todos, un grupo de personas alcanza la verdad acerca de algo o por lo menos acuerdan cosas importantes. 

La objetividad absoluta es una tomadura de pelo. Una de las herencias del positivismo es “la vana pretención” como dijera Sor Juana, de ser absolutamente objetivos, cuando todos tenemos que opinar necesariamente desde nuestra propia subjetividad. Lo que sí debemos exigirnos entre todos, es el no distorsionar la información ni alterar los testimonios o datos. 

Nuestra subjetividad por ser ambivalente requiere ser moderada. En el apartado anterior señalaba que dialogamos desde nuestra propia subjetividad. Lo positivo de ésta, es que podemos confiar en ella porque contiene la verdad de nuestra propia experiencia vivida; pero al mismo tiempo nuestra subjetividad lleva consigo un cúmulo de prejuicios sin sustento que pueden impedirnos llegar a la verdad. Esta es la parte negativa de nuestra subjetividad. Cuando los dialogantes son honestos y están abiertos a la verdad, sus compañeros les harán caer en la cuenta de sus prejuicios para no caer en el error. 

Es necesario darle la razón a quien la tenga. En el diálogo, como nadie tiene que sobresalir ante los demás, sin importar de quién se trate, se le da la razón al que la tenga y de igual manera, aún a las personas muy reconocidas, cuando se equivocan, no hay que dudar en decírselo con fundamento.. 

Cuando no sea posible llegar a la verdad, al menos llegar a conclusiones provisionales o puntos de acuerdo. Para evitar caminar en círculo como el burro de la noria, a veces es necesario avanzar poco a poco mediante puntos de acuerdo aceptados por todos. 

d)- Respeto al logos 

En griego logos significa razón y palabra. ”Como razón comprende y como palabra se hace comprender”, escribió Leopoldo Zea.(1987). 

+ Como razón 

Desde el punto de vista de su naturaleza, algunos autores han clasificado las verdades en: a) verdades de razón, aquéllas que requieren de razonamiento lógico o matemático. 
b) verdades de hecho las que requieren de prueba experimental, demostración fáctica o de argumentación convincente. 
En cuanto a lo que es evidente, lo que a todos nos consta, no es necesario razonarlo, probarlo, demostrarlo o argumentarlo; solo hay que percibirlo y aceptar dicha percepción. 

Pensar lógicamente. Lo menos que nos exige el logos, es transitar aceptablemente por los razonamientos deductivo, inductivo y analógico, respetando las leyes de la lógica y conociendo además las limitaciones de cada uno de los razonamientos anteriores: El primero, no es capaz de generar nuevos conocimientos; el segundo es de carácter probabilístico y el tercero es bastante débil ya que sólo se puede usar sin mucho riesgo de equivocarnos, cuando se trata de conceptos o de realidades semejantes para no caer en analogías abusivas. 

Saber argumentar. Cuando el razonamiento lógico no es suficiente, se hace necesaria la argumentación, entendida ésta como “el conjunto de técnicas de organización lógica de un texto o discurso destinado a demostrar la validez de una proposición, mediante las conclusiones derivadas de su análisis” (Noel Angulo Marcial). Naturalmente que toda argumentación requiere de una base lógica pero se nutre también de la vida real, de la experiencia vivida y de las necesidades humanas. 

Echar mano de los recursos intelectuales que están a nuestra disposición. El primero de estos recursos es definir los conceptos que utilizamos o en su caso pedirle al dialogante que lo haga cuando ha empezado a hablar de un tema sin definir los términos. Por su parte, la clasificación lógica de los diferentes conceptos permite llevar un orden racional en nuestro discurso. 

La división lógica es muy parecida a la clasificación y se utiliza cuando tenemos un todo físico o lógico y es necesario analizar cada una de sus partes. Tanto la división como la clasificación, para que sean útiles, señala Susana González Reyna (1990, 99) deben ser consistentes y completas. Consistentes, cuando las categorías distributivas son excluyentes entre sí. Completas, cuando la suma de las partes distribuidas son igual al todo. 

Conviene también hacer las precisiones y distinciones necesarias para no caer en el error. 

Otra herramienta necesaria es la explicación, que pretende dar razón del por qué de las cosas o en qué consiste algo. 

Evitar los sofismas y sobre todo las falacias. Los pensamientos falsos pero con apariencia de verdad expresados involuntariamente se llaman sofismas. Cuando éstos se utilizan voluntariamente, reciben el nombre de falacias. 

+ Como palabra 

Saber discurrir, enhebrar enunciados, párrafos y discursos completos, congruentes e inteligibles. 

Cuidar y ampliar nuestro léxico. Darle su justo valor a las palabras y llamar a las cosas por su nombre, lo que significa que únicamente utilizaremos las palabras cuyo significado conozcamos perfectamente. Para lograr lo anterior es preciso que leamos bastante y por gusto pero también que redactemos con frecuencia, aunque sea nuestro diario personal. 

Asimismo, evitar las incorrecciones del lenguaje (solecismos), la empobrecedora calca de vocablos y expresiones tomados acríticamente del inglés (barbarismos) y los disparates. 

Cuidar la semántica. Respetar el significado denotativo o propio de palabras y expresiones. Así por ejemplo, aún en el medio académico muchas personas de reconocido prestigio emplean incorrectamente palabras como “adolece” y “festinar”, porque se dejan guiar por el parecido. En efecto, “adolecer” se parece a “carecer” pero no son sinónimos y “festinar” se parece a “festejar” pero son dos cosas distintas. 

Otra forma de cuidar la semántica consiste en definir el significado de arcaismos: palabras o expresiones actualmente en desuso; o de neologismos: palabras o expresiones nuevas cuyo significado no siempre es conocido por todos. Entre los primeros tenemos los latinismos, como por ejemplo: “ ex professo” y “mutatis mutandis”. Entre los segundos, encontramos múltiples expresiones originadas en las nuevas tecnologías que diariamente se están actualizando. 

Cuidar la sintaxis. Consiste en construir correctamente desde los enunciados bimembres hasta los discursos completos, de tal manera que todos sepan de qué o de quién se está hablando y qué es lo que se afirma o se niega de ese sujeto gramatical. 

Cuidar el estilo académico. Esto no nada del otro mundo, sino escribir en forma directa, con orden, claridad, unidad, concisión y precisión. Respetar la congruencia externa (el género al que pertenece el escrito en cuestión: ensayo, informe, monografía, etc.) así como la congruencia interna (que no haya contradicciones a lo largo del discurso). Evitar las afirmaciones sin respaldo o fundamento y darle el crédito que en justicia le pertenece, a cada autor del que se haya tomado informaciones o ideas. 

4.4- Cómo dialogar 

Una vez que los dialogantes se ponen de acuerdo acerca de la fecha, la hora, el lugar y el tema, el que coordina el diálogo (d1) es el mismo que lo inicia mediante una lectura breve, un pequeño relato o formulando una pregunta que provoque la participación. El siguiente dialogante que toma la palabra (d 2), antes de expresar su opinión, lo primero que hace es sintetizar (algunos autores emplean el término verificar) lo que dijo (d 1). Y si éste está de acuerdo con la síntesis o verificación, el diálogo continúa; pero si no está de acuerdo el mismo (d 1) sintetiza o verifica lo que dijo, o espera a que (d 2) lo haga satisfactoriamente. Una vez sintetizado lo que expresó (d 1), es cuando (d 2) interviene expresando su punto de vista, que puede consistir en alguna de estas acciones: ampliar, profundizar, matizar, ejemplificar, rebatir, comentar, aclarar, explicar, demostrar, corregir, distinguir, definir, etc. . El diálogo continúa con un tercer dialogante (d 3) que resume o verifica lo dicho por (d 2) y así sucesivamente. 

El coordinador intervendrá lo menos posible y sólo lo hará para agilizar el intercambio de opiniones, procurando que todos participen, que nadie acapare la palabra, evitando las digresiones innecesarias y manteniendo el clima de cordialidad en todo momento. 

Sin importar el número de participantes, lo verdaderamente importante durante este proceso, es la capacidad de todos para reflexionar en forma conjunta con la mayor objetividad para conservar la integridad del logos, es decir el flujo del razonamiento, la atención concedida a las palabras y las posiciones sometidas a análisis, hasta llegar juntos a la verdad o aproximarse a ella. 

Cuando el diálogo empieza a empantanarse, cuando se aproxima a un callejón sin salida, es necesario hacer algo al respecto, sobre todo el coordinador. Los especialistas aconsejan que en ese caso se cambie el contexto del aquí y el ahora y empezar a imaginar, a soñar despiertos: “Qué pasaría si . . . “ o “Vamos a suponer . . .” como si los presentes vivieran en otro planeta y en otra época; es decir, en otras condiciones y circunstancias. 

Al final del diálogo conviene hacer una recapitulación de lo ocurrido, bien sea el mismo coordinador o bien, otro dialogante y cuando se tiene la fortuna de llegar a conclusiones, pues formularlas con claridad. Con frecuencia sólo se llega a acuerdos parciales o puntos de acuerdo aceptados por consenso y entonces hay que formularlos con claridad. 

Con frecuencia a los dialogantes que no están formados en la cultura del diálogo, les cuesta mucho trabajo aprender a escuchar con atención a los demás dialogantes, ya que están más preocupados por pensar lo que van a decir. Por esa razón al principio carecen de la habilidad para resumir o verificar lo que dijo el dialogante que les antecedió en el uso de la palabra. Ante esto y con toda la calma del mundo, el coordinador insistirá en que cada resumen o verificación sea fiel y no “más o menos”.

Tagged as:
Sobre el autor

Blog del departamento de Teología del Istic

0 comentarios :

Suscríbete
¡Recíbenos en tu email!

Proudly Powered by Istic (Gran Canaria) .
back to top