Sé que en estos momentos de recuperación de la llamada memoria histórica, todo lo que afecte al periodo de la historia española de los años 30-40 se puede, y de hecho se tiende, a interpretar en clave política. Por esta razón, conviene puntualizar al menos tres claves para comprender lo que son, y lo que no son, los mártires asturianos y el sentido que tiene su posible beatificación y canonización.
Lo primero, y lo más importante, que es necesario subrayar es que dichos mártires son eso: “mártires”, es decir, víctimas totalmente inocentes en una persecución religiosa. Ellos no eran soldados, ni sindicalistas, ni políticos, ni intelectuales, ni representaban una ideología beligerante definida. No se los persiguió ni martirizó por haber iniciado ellos una polémica o batalla alguna. Sencillamente, fueron asesinados por ser lo que eran: creyentes coherentes hasta estar dispuestos a dar la vida por lo que creían.
En segundo lugar, la Iglesia ha venido beatificando y canonizando mártires desde hace veinte siglos; desde el inicio del cristianismo. Por esta razón a la Iglesia nadie, desde fuera, le impone un calendario de beatificaciones o canonizaciones. El ritmo que lleva es doble: por un lado, si el declarar beatos o santos a dichos mártires viene reclamado por el pueblo que les honra devoción. Y, por otro lado, tras una rigurosa investigación si la Iglesia llega al convencimiento de que dichos mártires merecen tal categoría. Si estas dos dimensiones (devoción popular e investigación histórica rigurosa) reclaman la declaración positiva del martirio entonces, en la fecha más adecuada, se da el paso público y solemne, convirtiendo a los mártires en ejemplos, intercesores y hermanos mayores en la Fe para los creyentes de todas la épocas. La Iglesia, puede, como parece el caso presente, beatificar y canonizar varios mártires a la vez, como ejemplo colectivo. Con una certeza: para nosotros, los cristianos, no hay muertos. Sólo vivos: peregrinando, en la tierra y los que ya han llegado a la Jerusalén celeste. Entre unos y otros hay comunicación: es la comunión de los santos.
Y, tercera clave, en el caso que nos ocupa, la Iglesia en España no desea que los mártires, anteriores a la guerra civil y concomitantes a la misma, sean utilizados como arma arrojadiza contra nadie ni como bandera o enseña política de nadie. La Iglesia desea que, social y culturalmente, dichos mártires contribuyan a la reconciliación y al recuerdo y memoria de algo dramático que no debe volver a repetirse. Su ejemplo de heroísmo y generosidad, como víctimas inocentes del ayer y estímulo de las víctimas que siguen generándose en otros campos, nos desafía con un mensaje claro y punzante: el mal nunca se vence con el mal, sino con el bien. La violencia genera más violencia. Sólo el amor y el perdón son creativos y capaces de renovar personas y sociedades.
+ Raul Berzosa Martínez (5mayo 2007)
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