Artículo publicado en El Mundo de León (22noviembre 2008)
“Danos, Señor, buena muerte, por tu santísima muerte”. Esta es la invocación tradicional que los fieles rezan en el, así llamado, “Rosario de la buena muerte”.
El ser humano no sólo desea tener una buena vida, sino, además, una buena muerte.
La eutanasia, que significa literalmente buena muerte, es la acción u omisión médica destinada a acabar con una vida enferma o sufriente. Puede ser “eutanasia positiva”, cuando se trata de aplicar un medio que cause la muerte, o “eutanasia negativa”, si se trata de no aplicar algún recurso necesario para el sostenimiento de las funciones vitales como la alimentación, la respiración asistida, etc.
Hoy nos hallamos ante un debate social, hábilmente inducido por diversos grupos de opinión, sobre la oportunidad o no de aceptar legalmente la eutanasia, a la que algunos denominan también “muerte dulce” o “suicidio asistido”. El estreno de la película Mar adentro (A. Amenabar, 2004), que narra el desesperado camino hacia el suicidio del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro, marcó un hito relevante en este largo proceso de impulsar una corriente pro-eutanasia en la opinión pública española. Hubo políticos relevantes que apoyaron con entusiasmo el film, voces críticas que denunciaron su torticera manipulación de los sentimientos y, en medio del alboroto, algunas asociaciones de tetrapléjicos españoles, que hicieron lo que pudieron para que su voz se escuchara.
No sólo en España se habla de eutanasia, en gran parte de Europa ocurre lo mismo. Parece que los europeos ya hemos perdido la aversión hacia esa palabra, convertida en tabú tras el espanto del nazismo, el más conocido régimen pro-eutanasia de la historia moderna, que exterminó a miles de deficientes y enfermos, en nombre de la pureza racial y de la economía de estado.
Son varios los motivos que llevan a esta “resurrección” actual de la eutanasia. En primer lugar, como señala Javier Gafo, por la ruptura del “dique moral” que ha supuesto la despenalización del aborto y su extensión masiva –sólo en España 100.000 abortos provocados en el último año. Cuando el valor de la vida humana, de algunas vidas consideradas no dignas o infrahumanas, es puesto en entredicho, un paso conduce al siguiente: ¿por qué puede ser eliminado legalmente el no-nacido y no iba a serlo el anciano deteriorado o el terminal?
En segundo lugar, por la sublimación de un supuesto derecho a la propia muerte que forma parte, dicen, del ejercicio completo de la libertad: elijo mi vida y elijo mi muerte. Según los médicos, el enfermo terminal pasa por diversas situaciones anímicas. En alguna de ellas puede desear lo muerte, deseo que, en realidad, puede estar escondiendo una llamada de atención a su entorno ante una situación superable de abatimiento y desesperación. Deberíamos preguntarnos si al enfermo terminal se le presta la suficiente atención médica y el calor humano que necesita. Los llamados cuidados paliativos son una atención integral, médica, humana y espiritual, para combatir el dolor físico o psíquico y ayudar al enfermo a encontrar un sentido a su existencia en los momentos finales. Esto se opone tanto a la eutanasia como a la “distanasia” o “encarnizamiento terapéutico”, que busca prolongar, con medios desproporcionados, la vida del terminal y, con ella, su sufrimiento.
Las repercusiones que puede acarrear optar por la vía barata y expeditiva de la legalización de la eutanasia, son incalculables. No es tan fácil determinar con exactitud cuando es firme y definitiva la voluntad de morir de un enfermo. Quien asegura querer morir, mientras se encuentra en un estado transitorio de depresión, quizá no piense lo mismo al recuperar el ánimo. Por otro lado, ¿cómo garantizar que cuando el enfermo está inconsciente sigue deseando lo mismo que, una vez, había manifestado?
Además, la posibilidad legal de la eutanasia supone una enorme presión moral contra los más débiles, enfermos y ancianos, que pueden verse inducidos a pedirla si quienes les rodean les hacen ver que su vida constituye ya un estorbo inútil. Pueden existir intereses ocultos, económicos y familiares, que fuercen a un enfermo a pedir la eutanasia.
Por último, la admisión legal de la eutanasia tendría efectos negativos sobre la confianza que se deposita en los médicos y el personal sanitario, que, de ser vistos como agentes de salud y vida, podrían pasar a ser considerados sospechosos de causar muerte.
La dramática experiencia de países como Holanda demuestra que, al abrir la puerta a la eutanasia libremente elegida, se cuela por ella, irremediablemente, la eutanasia coactiva para pacientes comatosos, inconscientes o dementes que no pueden manifestarse libremente. En una sociedad envejecida, como la nuestra, y con una mentalidad profundamente materialista, en la que uno vale por lo que es capaz de hacer, producir y consumir, más vale verle a tiempo las orejas al lobo, antes de que comience a devorarnos.
Rubén García Peláez
“Danos, Señor, buena muerte, por tu santísima muerte”. Esta es la invocación tradicional que los fieles rezan en el, así llamado, “Rosario de la buena muerte”.
El ser humano no sólo desea tener una buena vida, sino, además, una buena muerte.
La eutanasia, que significa literalmente buena muerte, es la acción u omisión médica destinada a acabar con una vida enferma o sufriente. Puede ser “eutanasia positiva”, cuando se trata de aplicar un medio que cause la muerte, o “eutanasia negativa”, si se trata de no aplicar algún recurso necesario para el sostenimiento de las funciones vitales como la alimentación, la respiración asistida, etc.
Hoy nos hallamos ante un debate social, hábilmente inducido por diversos grupos de opinión, sobre la oportunidad o no de aceptar legalmente la eutanasia, a la que algunos denominan también “muerte dulce” o “suicidio asistido”. El estreno de la película Mar adentro (A. Amenabar, 2004), que narra el desesperado camino hacia el suicidio del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro, marcó un hito relevante en este largo proceso de impulsar una corriente pro-eutanasia en la opinión pública española. Hubo políticos relevantes que apoyaron con entusiasmo el film, voces críticas que denunciaron su torticera manipulación de los sentimientos y, en medio del alboroto, algunas asociaciones de tetrapléjicos españoles, que hicieron lo que pudieron para que su voz se escuchara.
No sólo en España se habla de eutanasia, en gran parte de Europa ocurre lo mismo. Parece que los europeos ya hemos perdido la aversión hacia esa palabra, convertida en tabú tras el espanto del nazismo, el más conocido régimen pro-eutanasia de la historia moderna, que exterminó a miles de deficientes y enfermos, en nombre de la pureza racial y de la economía de estado.
Son varios los motivos que llevan a esta “resurrección” actual de la eutanasia. En primer lugar, como señala Javier Gafo, por la ruptura del “dique moral” que ha supuesto la despenalización del aborto y su extensión masiva –sólo en España 100.000 abortos provocados en el último año. Cuando el valor de la vida humana, de algunas vidas consideradas no dignas o infrahumanas, es puesto en entredicho, un paso conduce al siguiente: ¿por qué puede ser eliminado legalmente el no-nacido y no iba a serlo el anciano deteriorado o el terminal?
En segundo lugar, por la sublimación de un supuesto derecho a la propia muerte que forma parte, dicen, del ejercicio completo de la libertad: elijo mi vida y elijo mi muerte. Según los médicos, el enfermo terminal pasa por diversas situaciones anímicas. En alguna de ellas puede desear lo muerte, deseo que, en realidad, puede estar escondiendo una llamada de atención a su entorno ante una situación superable de abatimiento y desesperación. Deberíamos preguntarnos si al enfermo terminal se le presta la suficiente atención médica y el calor humano que necesita. Los llamados cuidados paliativos son una atención integral, médica, humana y espiritual, para combatir el dolor físico o psíquico y ayudar al enfermo a encontrar un sentido a su existencia en los momentos finales. Esto se opone tanto a la eutanasia como a la “distanasia” o “encarnizamiento terapéutico”, que busca prolongar, con medios desproporcionados, la vida del terminal y, con ella, su sufrimiento.
Las repercusiones que puede acarrear optar por la vía barata y expeditiva de la legalización de la eutanasia, son incalculables. No es tan fácil determinar con exactitud cuando es firme y definitiva la voluntad de morir de un enfermo. Quien asegura querer morir, mientras se encuentra en un estado transitorio de depresión, quizá no piense lo mismo al recuperar el ánimo. Por otro lado, ¿cómo garantizar que cuando el enfermo está inconsciente sigue deseando lo mismo que, una vez, había manifestado?
Además, la posibilidad legal de la eutanasia supone una enorme presión moral contra los más débiles, enfermos y ancianos, que pueden verse inducidos a pedirla si quienes les rodean les hacen ver que su vida constituye ya un estorbo inútil. Pueden existir intereses ocultos, económicos y familiares, que fuercen a un enfermo a pedir la eutanasia.
Por último, la admisión legal de la eutanasia tendría efectos negativos sobre la confianza que se deposita en los médicos y el personal sanitario, que, de ser vistos como agentes de salud y vida, podrían pasar a ser considerados sospechosos de causar muerte.
La dramática experiencia de países como Holanda demuestra que, al abrir la puerta a la eutanasia libremente elegida, se cuela por ella, irremediablemente, la eutanasia coactiva para pacientes comatosos, inconscientes o dementes que no pueden manifestarse libremente. En una sociedad envejecida, como la nuestra, y con una mentalidad profundamente materialista, en la que uno vale por lo que es capaz de hacer, producir y consumir, más vale verle a tiempo las orejas al lobo, antes de que comience a devorarnos.
Rubén García Peláez
1 comentarios :
Estoy de acuerdo que es muy difícil saber si la persona que pidió la "eutanasia", en el último momento no se arrepintió de ello.Pero hasta dónde es lícito y moral meter a una persona en una "máquina" y esperar a que todas sus constantes vitales dejen de funcionar?. No sería más humano dejar que la propia naturaleza del enfermo diera por terminado su paso en esta vida sin tanto asistimiento artificial?. Si pensamos que con alargarle la vida puede ser que reacione, señor@s, no me lo creo. Únicamente podría creerme un "milagro", y para ello no hace falta tener a la persona "enchufada a cables" Yo llamaría a esto "Alargamiento de vida inútil activa".
No estoy de acuerdo con la eutanasia, del mismo modo que no lo estoy con "enchufar a una persona una máquina" a que pasen los días, meses o años...Qué habría que hacer? ( pregunta del millón)
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