domingo, 27 de enero de 2013

Entraña de la fe y praxis en la Caridad

Posted by Unknown  |  at   16:27


En momentos de crisis injustas y confusión, de fundamentalismos-integrismos o, su otra cara, de relativismos a todos los niveles y ámbitos de la vida. Tal como los que estamos viviendo actualmente, conviene pararse y volver a lo esencial de las cosas y de la realidad. En especial, en el ámbito de la fe cristina y eclesial. Eso es lo que pretendemos en este escrito. Con la guía de la reflexión teológica actual y, en especial, con la tradición-enseñanza de nuestra iglesia católica (universal), ya bi-milenaria; teniendo, singularmente, como brújula al Concilio Vaticano II. La entraña de la fe es el Dios Padre con su corazón  Materno, el Dios Amor, revelado en la vida y pascua (en el pobre y crucificado-resucitado) del Hijo. En Jesús de Nazaret, el Cristo salvador y liberador con su proyecto para la humanidad, el mundo y la historia: el Reino de Dios y su amor fraterno y perdón, su vida, paz y justicia con los pobres (empobrecidos y oprimidos, excluidos y víctimas de la historia). Aquí se encuentra el corazón de la fe, en el Dios que en Jesús y su Don (Gracia) del Reino nos da la vida y salva en el amor fraterno, paz y justicia con los pobres; y, de esta forma, nos libera integralmente del pecado y de la muerte, de todo mal, injusticia y opresión. Como se observa, con la vida y Pascua de Cristo el Reino y su salvación empieza ya, aquí, en la vida del mundo y de la historia con la realización de la fraternidad y el amor, de la paz y la justicia con los pobres. Lo que culmina en la vida plena-eterna, en la liberación definitiva del pecado y de la muerte, de todo mal, injusticia y sufrimiento.

 En este sentido, como se ve claramente, el Reino de Dios tiene un carácter personal y, a la vez (de forma inter-relacionada), comunitario, social y público, ético-político en el sentido que busca para los pueblos, el mundo y la historia: la fraternidad y el bien común, la paz y la justicia con los pobres. Es el significado de la Encarnación de Dios en Jesús que asume toda la realidad (personal y socio-política, la historia y la creación-cosmos), para salvarla y liberarla globalmente. La Encarnación del Reino de Dios Padre, en  la vida y pascua de Jesús que, en su Espíritu, se ha manifestado y continúa habitando toda la tierra, en la humanidad y la realidad histórica. El Reino de Dios Padre en el Hijo y su Espíritu, el Dios Trinitario, en la comunión fraterna y solidaria de las tres Divinas Personas: es la entraña que habita y modela al pueblo de Dios que anuncia, celebra y realiza el Reino de amor y justicia con los pobres en el mundo y en la historia. Pueblo de Dios que en la fe se enraíza y se encuentra, de forma más plena, en la comunidad apostólica que Dios en Jesús y su Espíritu fundó, la iglesia universal (católica). La iglesia católica es así símbolo (sacramento) del Dios Trinitario y su Reino de salvación en la comunión fraterna y en la justicia con los pobres. Es la iglesia pobre y fraternal en Cristo pobre y crucificado, la iglesia de los pobres en el amor universal y justicia con los pueblos crucificados en la injusticia (los pobres), que nos regala el Reino para que se realice esta salvación en la comunión fraterna universal.

Como sacramento de comunión y salvación universal en la fraternidad y justicia con los pobres, la iglesia tiene como misión vivir (comunión) y celebrar (liturgia), anunciar (profecía) y servir (diakonía) para realizar en la historia el Evangelio (Buena Noticia) del Reino de Dios con su amor y justicia con los pobres. La misión evangelizadora del Reino marca toda la vida y  pastoral-praxis de la iglesia. La iglesia tiene su corazón en la unión con Dios en Jesús y su Espíritu, que realiza el Reino y su comunión fraterna en la historia. Esto es, la iglesia se entraña en esta espiritualidad de vida en el Dios que se revela en Cristo y su Reino, que se expresa en su vida y praxis de: oración y litúrgica-sacramental, como iglesia sacerdotal; de anuncio del Reino (educación-formación en la fe, catequesis…) y denuncia contra todo aquello que no se ajuste al Reino, como iglesia profética; de servicio en la caridad y su acción social para el bien común y la justicia con los pobres, como iglesia de la diakonía. En realidad, como se ve, la iglesia vive desde esta comunión (konionía) en Dios y con la humanidad, celebrando, anunciado y sirviendo al Reino del amor y la justicia con los pobres. Dios que es Amor y Justicia se nos entrega como Don, Gracia, suscitando en la iglesia la fe por la que nos adherimos al Reino y su salvación, en la esperanza que se  realiza en el  amor y la justicia liberadora. Es la iglesia teologal de la fe, esperanza y caridad cuyo amor y justicia con los pobres: impregna y realiza esta fe en el Reino con su esperanza de que la salvación ya- aquí y ahora- se va estableciendo en el mundo y la historia con Cristo y su Reino de amor fraterno y justicia. La praxis orante y celebrativa, profética y de diakonía en la iglesia está toda ella animada, vivificada por esta vida teologal de fe y esperanza en el Dios Amor-Caridad y Justicia con los pobres, que es lo que celebramos, oramos y vivimos en el servicio de este amor, caridad y su justicia con los pobres.

Tal como corresponde al Reino y a su Encarnación en Jesús, esta vida teologal de fe, esperanza y caridad es a la vez, de forma co-relacionada, personal y sociopolítica que busca el bien común y la justicia con los pobres; una sociedad y un mundo más fraterno y justo, que es lo que Dios nos regala con su Reino. De ahí que la misión evangelizadora y su gracia salvadora tenga como elementos constitutivos: el compromiso por la paz y la justicia que va transformando a las personas y al mundo, con sus relaciones e instituciones, leyes y estructuras de pecado  e injustas que oprimen y excluyen a las personas, a los pobres; la defensa y promoción de la vida en todas sus fases y dimensiones, servir y promover la dignidad, derechos y desarrollo solidario, liberador e integral de las personas y de los pueblos. La gracia y su salvación, que se realiza en el amor y la justicia con los pobres, contempla y abarca inseparablemente el espíritu o alma y el cuerpo- somos espíritu encarnado-, la persona con su sociedad y mundo, los corazones, la cultura y sus relaciones, leyes y estructuras o sistemas (sociales y políticos, laborales y económicos…). La gracia y su salvación se nos regalan para liberarnos integralmente. Es una liberación del pecado personal en la conversión del corazón, de la persona que es asimismo comunitaria y social-política. Y, por tanto, es a la misma vez una liberación de la sociedad y del mundo, del pecado social-estructural, de las estructuras sociales de pecado que impiden el amor fraterno, justo. La gracia-caridad y el pecado son de forma inseparable, sinérgicamente, personal y socioestructural; por lo que hay promover estructuras de gracia, fraternas frente al mal.

Y es que no se puede disociar el amor-caridad de la justicia (social, global) que busca el bien común e ir las raíces y causas (espirituales-morales y políticas/económicas) de las cuestiones sociales, de la injusticia y desigualdad que generan las mayores problemáticas. Tales como el paro o la explotación laboral y, como consecuencia,  el hambre y la miseria, la pobreza y la exclusión social, el no respeto a la dignidad y vida de las personas. Y todo ello desde el protagonismo y promoción liberadora e integral de los pobres. No solo hay que dar el pez (los alimentos o bolsa de comida y ropa, etc.) y la caña de pescar (una educación, formación…), a pesar de que todo esto es urgente y necesario. Pero si nos quedamos sólo en esta beneficencia o asistencia y proyectos de desarrollo comos los educativos, etc. practicamos un asistencialismo paternalista, que encubre las raíces y las causas de las injusticias con sus desigualdades que generan el hambre, la pobreza y la exclusión en el mundo. Nos convertimos en cómplices y colaboradores  de este mal e injusticia social y global. Tal como se encarna, actualmente, en la ideología y sistema del neoliberalismo, del capitalismo que es inmoral e inhumano. El capitalismo asesina por hambre, miseria y pobreza a miles y miles de personas al día, miles y miles de niños; asesinados porque no son rentables, productivos ni competitivos para su sistema global de comercio injusto, su sistema mundial financiero especulativo-usurero o el laboral que es indecente. Nuestras praxis socio-caritativa tiene credibilidad moral, es ética y justa: si denuncia y transforma esta ideología y sistema capitalista inmoral, que ha generado la estafa y corrupción actual de la crisis. No podemos ser colaboradores del capitalismo y de sus grandes empresas multinacionales, de sus corporaciones financieras-bancarias, con sus banqueros y ejecutivos, dueños tiránicos del mundo que fabrican la pobreza en serie.

Para toda esta praxis en la caridad,  como nos enseña la iglesia, es imprescindible la conocida como doctrina social de la iglesia (DSI), que es un aspecto constitutivo de la misión de la iglesia. Y que contiene principios y claves que desmontan el mal e injusticia, que le es inherente al capitalismo. Como la verdadera libertad, que se opone al individualismo neoliberal y que se efectúa en el compromiso por la justicia y el bien moral. La ética debe regir a la economía y a la política para el bien común, no para unos pocos. La vida, justicia y dignidad de las personas por encima del mercado y del beneficio, de la rentabilidad y competitividad. El destino universal de los bienes que es lo primero, antes que la propiedad privada que está subordinada a este reparto justo y uso común de los bienes. De ahí que las riquezas, el ser ricos, sea inmoral. La prioridad del trabajo, del trabajador-a y su dignidad: sobre el capital, sobre las ganancias y balances, déficits o ajustes. La socialización del trabajo y de la empresa se antepone a la concentración privada o estatal de los medios de producción (del gobierno y gestión de la empresa). La economía real, la creación de empleo y el desarrollo humano que debe erradicar la especulación y usura financiera-bancaria; las finanzas están al servicio de la inversión para el empleo y el estado social de derecho-s.

Esta praxis de la caridad social y política, guiada por este tesoro de la DSI, para  la transformación del mundo y sus estructuras injustas, como el capitalismo, tiene como sujetos principales al laicado; al apostolado seglar y la acción católica- forma diocesana primordial de organización laical-, a las imprescindibles comisiones diocesanas de solidaridad internacional o, de forma mas habitual, de justicia y paz. Este laicado, laicos y familias, tienen como vocación y misión específica, por su condición bautismal, ejercer su sacerdocio, su ser profetas y reyes: en la consagración, anuncio/denuncia y servicio trasformador-liberador, más directo e inmediato, del mundo y su gestión de las realidades humanas. Como son la cultura, la política y la economía. Y el ministerio (sacerdocio) ordenado, con sus presbíteros y obispos, presididos en la caridad por el sucesor de Pedro (el Papa), está al servicio de este sacerdocio común de los laicos, de la santidad bautismal en la caridad política transformadora del mundo, que es lo peculiar y específico del carisma y misión de los laicos.

Después de este recorrido sintético por entraña de la fe en la vida y praxis de la iglesia, tal como nos la muestra la teología y el magisterio, concluimos más enamorados del seguimiento de Jesús. Más entusiasmados con esta vida de fe en la esperanza que se efectúa en amor y justicia con los pobres, para que se vaya realizando el Reino de Dios en la vida del mundo, que culmina en la vida plena-eterna, en la comunión de los santos.
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Por Agustín Ortega, Subdirector del Centro Loyola (Las Palmas) y Profesor en el ISTIC  (Departamento de Praxis)

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Sobre el autor

Blog del departamento de Teología del Istic

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