El autor del ensayo, Samir Khalil Samir, un Jesuita egipcio, es profesor de Estudios Islámicos y de historia de la cultura árabe en la Universidad Saint-Joseph de Beirut y en el Pontificio Instituto Oriental de Roma; es el fundador del Centro de Investigaciones Árabes Cristianas y presidente de la Asociación Internacional para Estudios Árabes Cristianos. En septiembre de 2005 participó, en Castel Gandolfo, en un encuentro de estudios promovido por Benedicto XVI sobre el concepto de Dios en el Islam.
Continúa...
Cómo Joseph Ratzinger ve al Islam por Samir Khalil Samir, S.J.
Benedicto XVI es probablemente uno de las pocas figuras que han entendido profundamente la ambigüedad en la que el Islam contemporáneo se debate y su lucha para encontrar un lugar en la sociedad moderna. Al mismo tiempo, él propone al Islam una manera de preparar el terreno hacia la coexistencia global de las religiones, basada no en el diálogo religioso, sino en el diálogo entre culturas y civilizaciones a partir de la racionalidad y de una visión del hombre y de la naturaleza humana que es anterior a cualquier ideología o religión. Esta elección de apostar por el diálogo cultural explica su decisión de absorber el Concilio Pontificio para el Diálogo Interreligioso en el más amplio Concilio Pontificio para la Cultura.
Mientras el Papa pide al Islam un diálogo basado en la cultura, los derechos humanos, el rechazo de la violencia, él pide a Occidente, al mismo tiempo, volver a una visión de la naturaleza humana y de la racionalidad en la que la dimensión religiosa no se excluya. De esta manera – y quizás sólo de esta manera – un choque de civilizaciones se puede evitar, transformándolo en un diálogo entre civilizaciones.
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Cómo Joseph Ratzinger ve al Islam por Samir Khalil Samir, S.J.
Benedicto XVI es probablemente uno de las pocas figuras que han entendido profundamente la ambigüedad en la que el Islam contemporáneo se debate y su lucha para encontrar un lugar en la sociedad moderna. Al mismo tiempo, él propone al Islam una manera de preparar el terreno hacia la coexistencia global de las religiones, basada no en el diálogo religioso, sino en el diálogo entre culturas y civilizaciones a partir de la racionalidad y de una visión del hombre y de la naturaleza humana que es anterior a cualquier ideología o religión. Esta elección de apostar por el diálogo cultural explica su decisión de absorber el Concilio Pontificio para el Diálogo Interreligioso en el más amplio Concilio Pontificio para la Cultura.
Mientras el Papa pide al Islam un diálogo basado en la cultura, los derechos humanos, el rechazo de la violencia, él pide a Occidente, al mismo tiempo, volver a una visión de la naturaleza humana y de la racionalidad en la que la dimensión religiosa no se excluya. De esta manera – y quizás sólo de esta manera – un choque de civilizaciones se puede evitar, transformándolo en un diálogo entre civilizaciones.
El totalitarismo islámico difiere del cristianismo
Para entender el pensamiento de Benedicto XVI sobre la religión Islámica, nosotros debemos repasar su evolución. Un documento verdaderamente esencial se encuentra en su libro escrito en 1996, cuando él era todavía cardenal, junto con Peter Seewald, titulado “La Sal de la Tierra”, en el que él hace varias consideraciones y destaca varias diferencias entre el Islam, la religión cristiana y el Occidente.
Ante todo, muestra que no hay ortodoxia en el Islam, porque no hay ninguna autoridad, ningún magisterium doctrinal común. Esto hace difícil el diálogo: cuando nosotros entramos en el diálogo, no lo hacemos “con Islam”, sino con grupos.
Pero el punto clave que él destaca es el de la Sharia. Él indica esto:
“El Corán es una ley religiosa total, que regula toda la vida política y social e insiste en que el orden total de la vida sea Islámico. Forma la sociedad de principio a fin. En este sentido, puede aprovecharse de las libertades que nuestras constituciones dan, pero no pueden ser ese su meta final. Si se conformara con decir: ‘Sí, ahora somos ya un cuerpo con derechos, estamos presentes en la sociedad como los católicos y los protestantes’, el Islam entraría en contradicción con su íntima naturaleza; entraría en la enajenación de sí mismo”.
Esta enajenación sólo se podría resolver con la Islamización total de la sociedad. Cuando por ejemplo un musulmán se encuentra en una sociedad occidental, él puede beneficiarse de ciertos elementos, pero él nunca puede identificarse con el ciudadano no-musulmán, porque él no se encuentra en una sociedad musulmana.
Así veía el cardenal Ratzinger claramente la dificultad esencial de relaciones sociopolíticas con el mundo musulmán, que viene de la concepción totalizante de la religión Islámica, que es profundamente diferente del cristianismo. Por esta razón, él insiste en que no podemos proyectar en el Islam la visión cristiana de la relación entre la política y la religión. Esto sería muy difícil: el Islam es una religión totalmente diferente del cristianismo y de la sociedad occidental y esto no hace fácil la coexistencia.
En un seminario a puerta cerrada, tenido en Castelgandolfo, el 1-2 de septiembre de 2005, el Papa insistió en esta misma idea: la diversidad profunda entre Islam y cristianismo. En esta ocasión, él empezó desde un punto de vista teológico, poniendo de relieve la concepción Islámica de la revelación: el Corán “descendió” sobre Mohammed, no fue “inspirado” a Mohammed. Por esta razón, un musulmán no se siente autorizado a interpretar el Corán, sino que está atado a este texto que surgió en Arabia en el siglo VII. Esto lleva a las mismas conclusiones de antes: la naturaleza absoluta del Corán hace mucho más difícil el diálogo, porque hay muy poco espacio para la interpretación, si es que cabe alguno.
Como podemos ver, su pensamiento como cardenal se continúa en su visión como pontífice, destacando las diferencias profundas entre Islam y cristianismo.
El 24 de julio, durante su permanencia en la región italiana del Valle de Aosta, se le preguntó si se puede describir al Islam como una religión de paz, a lo que él contestó “yo no hablaría en términos genéricos, ciertamente Islam contiene elementos que no están a favor de la paz, como contiene otro elementos”. Incluso, aunque no explícitamente, Benedicto XVI sugirió que ese Islam sufre una ambigüedad en relación con la violencia, justificándola en algunos casos. Y agregó: “Nosotros siempre debemos esforzarnos por encontrar los elementos mejores”. Otra persona le preguntó entonces si los atentados terroristas se pueden considerar anti-cristianos. Su contestación fue bien clara: “No, la intención parece ser generalmente mucho más general y no dirigida precisamente contra el cristianismo”.
Para entender el pensamiento de Benedicto XVI sobre la religión Islámica, nosotros debemos repasar su evolución. Un documento verdaderamente esencial se encuentra en su libro escrito en 1996, cuando él era todavía cardenal, junto con Peter Seewald, titulado “La Sal de la Tierra”, en el que él hace varias consideraciones y destaca varias diferencias entre el Islam, la religión cristiana y el Occidente.
Ante todo, muestra que no hay ortodoxia en el Islam, porque no hay ninguna autoridad, ningún magisterium doctrinal común. Esto hace difícil el diálogo: cuando nosotros entramos en el diálogo, no lo hacemos “con Islam”, sino con grupos.
Pero el punto clave que él destaca es el de la Sharia. Él indica esto:
“El Corán es una ley religiosa total, que regula toda la vida política y social e insiste en que el orden total de la vida sea Islámico. Forma la sociedad de principio a fin. En este sentido, puede aprovecharse de las libertades que nuestras constituciones dan, pero no pueden ser ese su meta final. Si se conformara con decir: ‘Sí, ahora somos ya un cuerpo con derechos, estamos presentes en la sociedad como los católicos y los protestantes’, el Islam entraría en contradicción con su íntima naturaleza; entraría en la enajenación de sí mismo”.
Esta enajenación sólo se podría resolver con la Islamización total de la sociedad. Cuando por ejemplo un musulmán se encuentra en una sociedad occidental, él puede beneficiarse de ciertos elementos, pero él nunca puede identificarse con el ciudadano no-musulmán, porque él no se encuentra en una sociedad musulmana.
Así veía el cardenal Ratzinger claramente la dificultad esencial de relaciones sociopolíticas con el mundo musulmán, que viene de la concepción totalizante de la religión Islámica, que es profundamente diferente del cristianismo. Por esta razón, él insiste en que no podemos proyectar en el Islam la visión cristiana de la relación entre la política y la religión. Esto sería muy difícil: el Islam es una religión totalmente diferente del cristianismo y de la sociedad occidental y esto no hace fácil la coexistencia.
En un seminario a puerta cerrada, tenido en Castelgandolfo, el 1-2 de septiembre de 2005, el Papa insistió en esta misma idea: la diversidad profunda entre Islam y cristianismo. En esta ocasión, él empezó desde un punto de vista teológico, poniendo de relieve la concepción Islámica de la revelación: el Corán “descendió” sobre Mohammed, no fue “inspirado” a Mohammed. Por esta razón, un musulmán no se siente autorizado a interpretar el Corán, sino que está atado a este texto que surgió en Arabia en el siglo VII. Esto lleva a las mismas conclusiones de antes: la naturaleza absoluta del Corán hace mucho más difícil el diálogo, porque hay muy poco espacio para la interpretación, si es que cabe alguno.
Como podemos ver, su pensamiento como cardenal se continúa en su visión como pontífice, destacando las diferencias profundas entre Islam y cristianismo.
El 24 de julio, durante su permanencia en la región italiana del Valle de Aosta, se le preguntó si se puede describir al Islam como una religión de paz, a lo que él contestó “yo no hablaría en términos genéricos, ciertamente Islam contiene elementos que no están a favor de la paz, como contiene otro elementos”. Incluso, aunque no explícitamente, Benedicto XVI sugirió que ese Islam sufre una ambigüedad en relación con la violencia, justificándola en algunos casos. Y agregó: “Nosotros siempre debemos esforzarnos por encontrar los elementos mejores”. Otra persona le preguntó entonces si los atentados terroristas se pueden considerar anti-cristianos. Su contestación fue bien clara: “No, la intención parece ser generalmente mucho más general y no dirigida precisamente contra el cristianismo”.
El diálogo entre culturas mucho más fructífero que el diálogo interreligioso
El 20 de agosto, en Colonia, Papa Benedicto XVI tuvo su primer gran encuentro con representantes de comunidades musulmanas. En un discurso relativamente largo, él dijo:
“Estoy seguro de interpretar también vuestro pensamiento al subrayar, entre las preocupaciones, la que nace de la constatación del difundido fenómeno del terrorismo”.
Me gusta la manera como él implica a musulmanes al decirles que tenemos el mismo problema. El entonces pasa a decir:
“Sé que muchos de vosotros habéis rechazado con firmeza, y también públicamente, en particular cualquier conexión de vuestra fe con el terrorismo y lo habéis condenado claramente”.
Después dice:
“El terrorismo, de cualquier tipo que sea, es una opción perversa y cruel [una palabra que repite 3 veces], que desdeña el derecho sacrosanto a la vida y corroe los fundamentos mismos de toda convivencia civil”.
Entonces, de nuevo, él implica al mundo islámico:
“Si juntos conseguimos extirpar de los corazones el sentimiento de rencor, contrastar toda forma de intolerancia y oponernos a cada manifestación de violencia, frenaremos la oleada de fanatismo cruel, que pone en peligro la vida de tantas personas, obstaculizando el progreso de la paz en el mundo. La tarea es ardua, pero no imposible. En efecto, el creyente -y todos nosotros, como cristianos y musulmanes, somos creyentes- sabe que puede contar, no obstante su propia fragilidad, con la fuerza espiritual de la oración”.
Me gustó la manera como él enfatizó “extirpando de los corazones el sentimiento de rencor”: Benedicto XVI ha entendido que uno de las causas de terrorismo es este sentimiento del rencor. Y más adelante:
“Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que hemos de afirmar, sin ceder a las presiones negativas del entorno, los valores del respeto recíproco, de la solidaridad y de la paz”.
Y también:
“Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al servicio de los valores morales fundamentales. La dignidad de la persona y la defensa de los derechos que de tal dignidad se derivan deben ser el objetivo de todo proyecto social y de todo esfuerzo por llevarlo a cabo”.
Y aquí encontramos una afirmación crucial:
“Este es un mensaje confirmado de manera inconfundible por la voz suave pero clara de la conciencia. Un mensaje que se ha de escuchar y hacer escuchar: si cesara su eco en los corazones, el mundo estaría expuesto a las tinieblas de una nueva barbarie. Sólo se puede encontrar una base de entendimiento reconociendo la centralidad de la persona, superando eventuales contraposiciones culturales y neutralizando la fuerza destructora de las ideologías”.
Así, aún antes de religión, está la voz de conciencia y todos debemos luchar por los valores morales, por la dignidad de la persona y la defensa de los derechos.
Por lo tanto, para Benedicto XVI, el diálogo se debe basar en la centralidad de la persona, que sobrepasa los contrastes culturales e ideológicos. Y pienso que, sobrepasando las ideologías, las religiones también se pueden entender. Éste es uno de los pilares de la visión de Papa: explica también por qué él unió el Concilio para el Diálogo Interreligioso y el Concilio para la Cultura, sorprendiendo todos. Esta elección deriva de una visión profunda y no es, como la prensa creyó, para “deshacerse” del arzobispo Michael Fitzgerald, por quien tiene un gran aprecio. Eso pudo en todo caso ser parte del asunto, pero no su propósito final.
La idea esencial es que el diálogo con el Islam y con otras religiones no puede ser esencialmente un diálogo teológico ni religioso, excepto en el amplios sentido de valores morales; debe en cambio ser un diálogo de culturas y civilizaciones.
Vale recordar que ya en 1999, el cardenal Ratzinger participó en un encuentro con el Príncipe Hassan de Jordania, el Metropolita Damaskinos de Ginebra, el Príncipe Sadruddin Aga Kan, fallecido en 2003, y el Gran Rabino de Francia René Samuel Sirat. Musulmanes, judíos y cristianos fueron invitados por una fundación para el diálogo inter-religioso e inter-cultural a crear entre ellos un impulso para el diálogo cultural.
Este paso hacia el diálogo cultural es de suma importancia. En cualquier clase del diálogo que se plantea con el mundo musulmán, tan pronto como el discurso entra en temas religiosos, la discusión gira hacia los palestinos, Israel, Iraq, Afganistán y todos las otras cuestiones del conflicto político y cultural. Una discusión exquisitamente teológica nunca es posible con el Islam: no se puede hablar de la Trinidad, de la Encarnación, etc. Una vez en Córdoba, en 1977, se celebró un congreso sobre la noción de la profecía. Después que trató del carácter profético de Cristo como lo ven los musulmanes, un cristiano hizo una presentación sobre el carácter profético de Mohammed desde el punto de vista cristiano y se atrevió decir que la Iglesia no lo puede reconocer como profeta; como máximo, lo podría definir como tal pero sólo en un sentido genérico, así como se dice que Marx es “profeta” de los tiempos modernos. ¿La conclusión? Esta alusión se convirtió en el tema de debate durante los tres días siguientes, desbordando el tema original del congreso.
Las discusiones con el mundo musulmán que he encontrado más fructíferas han sido aquella en las que se discutían cuestiones interdisciplinarias e interculturales. He participado varias veces, invitado por musulmanes, en reuniones inter-religiosas en varias partes del mundo musulmán: el discurso consistía siempre en el encuentro de religiones y civilizaciones, o de las culturas.
Hace dos semanas, en Isfahan, Irán, el tema era “Encuentro de civilizaciones y religiones”. El próximo 19 de septiembre, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, habrá un congreso organizado por el Ministerio Iraní de Cultura junto con autoridades italianas, y será también un encuentro entre culturas, que incluirá la participación del anterior presidente iraní Khatami.
El Papa ha entendido este aspecto importante: las discusiones sobre teología sólo pueden tener lugar entre unos pocos, pero ahora ciertamente no es el tiempo de dialogar entre Islam y Cristianismo. En cambio, se trata ahora de afrontar la cuestión de la coexistencia en los términos concretos de política, economía, historia, cultura, costumbres.
El 20 de agosto, en Colonia, Papa Benedicto XVI tuvo su primer gran encuentro con representantes de comunidades musulmanas. En un discurso relativamente largo, él dijo:
“Estoy seguro de interpretar también vuestro pensamiento al subrayar, entre las preocupaciones, la que nace de la constatación del difundido fenómeno del terrorismo”.
Me gusta la manera como él implica a musulmanes al decirles que tenemos el mismo problema. El entonces pasa a decir:
“Sé que muchos de vosotros habéis rechazado con firmeza, y también públicamente, en particular cualquier conexión de vuestra fe con el terrorismo y lo habéis condenado claramente”.
Después dice:
“El terrorismo, de cualquier tipo que sea, es una opción perversa y cruel [una palabra que repite 3 veces], que desdeña el derecho sacrosanto a la vida y corroe los fundamentos mismos de toda convivencia civil”.
Entonces, de nuevo, él implica al mundo islámico:
“Si juntos conseguimos extirpar de los corazones el sentimiento de rencor, contrastar toda forma de intolerancia y oponernos a cada manifestación de violencia, frenaremos la oleada de fanatismo cruel, que pone en peligro la vida de tantas personas, obstaculizando el progreso de la paz en el mundo. La tarea es ardua, pero no imposible. En efecto, el creyente -y todos nosotros, como cristianos y musulmanes, somos creyentes- sabe que puede contar, no obstante su propia fragilidad, con la fuerza espiritual de la oración”.
Me gustó la manera como él enfatizó “extirpando de los corazones el sentimiento de rencor”: Benedicto XVI ha entendido que uno de las causas de terrorismo es este sentimiento del rencor. Y más adelante:
“Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que hemos de afirmar, sin ceder a las presiones negativas del entorno, los valores del respeto recíproco, de la solidaridad y de la paz”.
Y también:
“Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al servicio de los valores morales fundamentales. La dignidad de la persona y la defensa de los derechos que de tal dignidad se derivan deben ser el objetivo de todo proyecto social y de todo esfuerzo por llevarlo a cabo”.
Y aquí encontramos una afirmación crucial:
“Este es un mensaje confirmado de manera inconfundible por la voz suave pero clara de la conciencia. Un mensaje que se ha de escuchar y hacer escuchar: si cesara su eco en los corazones, el mundo estaría expuesto a las tinieblas de una nueva barbarie. Sólo se puede encontrar una base de entendimiento reconociendo la centralidad de la persona, superando eventuales contraposiciones culturales y neutralizando la fuerza destructora de las ideologías”.
Así, aún antes de religión, está la voz de conciencia y todos debemos luchar por los valores morales, por la dignidad de la persona y la defensa de los derechos.
Por lo tanto, para Benedicto XVI, el diálogo se debe basar en la centralidad de la persona, que sobrepasa los contrastes culturales e ideológicos. Y pienso que, sobrepasando las ideologías, las religiones también se pueden entender. Éste es uno de los pilares de la visión de Papa: explica también por qué él unió el Concilio para el Diálogo Interreligioso y el Concilio para la Cultura, sorprendiendo todos. Esta elección deriva de una visión profunda y no es, como la prensa creyó, para “deshacerse” del arzobispo Michael Fitzgerald, por quien tiene un gran aprecio. Eso pudo en todo caso ser parte del asunto, pero no su propósito final.
La idea esencial es que el diálogo con el Islam y con otras religiones no puede ser esencialmente un diálogo teológico ni religioso, excepto en el amplios sentido de valores morales; debe en cambio ser un diálogo de culturas y civilizaciones.
Vale recordar que ya en 1999, el cardenal Ratzinger participó en un encuentro con el Príncipe Hassan de Jordania, el Metropolita Damaskinos de Ginebra, el Príncipe Sadruddin Aga Kan, fallecido en 2003, y el Gran Rabino de Francia René Samuel Sirat. Musulmanes, judíos y cristianos fueron invitados por una fundación para el diálogo inter-religioso e inter-cultural a crear entre ellos un impulso para el diálogo cultural.
Este paso hacia el diálogo cultural es de suma importancia. En cualquier clase del diálogo que se plantea con el mundo musulmán, tan pronto como el discurso entra en temas religiosos, la discusión gira hacia los palestinos, Israel, Iraq, Afganistán y todos las otras cuestiones del conflicto político y cultural. Una discusión exquisitamente teológica nunca es posible con el Islam: no se puede hablar de la Trinidad, de la Encarnación, etc. Una vez en Córdoba, en 1977, se celebró un congreso sobre la noción de la profecía. Después que trató del carácter profético de Cristo como lo ven los musulmanes, un cristiano hizo una presentación sobre el carácter profético de Mohammed desde el punto de vista cristiano y se atrevió decir que la Iglesia no lo puede reconocer como profeta; como máximo, lo podría definir como tal pero sólo en un sentido genérico, así como se dice que Marx es “profeta” de los tiempos modernos. ¿La conclusión? Esta alusión se convirtió en el tema de debate durante los tres días siguientes, desbordando el tema original del congreso.
Las discusiones con el mundo musulmán que he encontrado más fructíferas han sido aquella en las que se discutían cuestiones interdisciplinarias e interculturales. He participado varias veces, invitado por musulmanes, en reuniones inter-religiosas en varias partes del mundo musulmán: el discurso consistía siempre en el encuentro de religiones y civilizaciones, o de las culturas.
Hace dos semanas, en Isfahan, Irán, el tema era “Encuentro de civilizaciones y religiones”. El próximo 19 de septiembre, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, habrá un congreso organizado por el Ministerio Iraní de Cultura junto con autoridades italianas, y será también un encuentro entre culturas, que incluirá la participación del anterior presidente iraní Khatami.
El Papa ha entendido este aspecto importante: las discusiones sobre teología sólo pueden tener lugar entre unos pocos, pero ahora ciertamente no es el tiempo de dialogar entre Islam y Cristianismo. En cambio, se trata ahora de afrontar la cuestión de la coexistencia en los términos concretos de política, economía, historia, cultura, costumbres.
Racionalidad y fe
Otro hecho me parece importante. En un coloquio mantenido el 25 de octubre de 2004, entre el historiador italiano, Ernesto Galli della Loggia y el entonces cardenal Ratzinger, es último, en un cierto punto, recordó “las semillas de la Palabra” y subrayó la importancia de la racionalidad en la fe cristiana, vista por los Padres de Iglesia como la plenitud en la búsqueda de la verdad que se encuentra en la filosofía. Galli della Loggia se expresó así: “Su esperanza que es idéntica a la fe, trae consigo un logos y este logos puede convertirse en una apología, una contestación que puede ser comunicada a otros,” a todos.
El cardenal Ratzinger contestó:
“Nosotros no queremos crear un imperio de poder, pero tenemos algo que se puede comunicar y hacia lo que tiende la expectativa de nuestra razón. Es comunicable porque pertenece a nuestra naturaleza humana compartida y hay un deber de comunicar en quienes han encontrado un tesoro de verdad y amor. Racionalidad fue por tanto un postulado y una condición del cristianismo, que es un patrimonio europeo si nos comparamos, pacífica y positivamente, con Islam y con las grandes religiones de la gran Asia”.
Por lo tanto, para el Papa, el diálogo está en este nivel, es decir, basándose en la razón. El entonces agregó:
“Esta racionalidad llega a ser peligrosa y destructiva para la criatura humana si se convierte en positivista [y aquí él critica a Occidente], que reduce los gran valores de nuestro ser a la subjetividad [al relativismo] y así llega a ser una amputación de la criatura humana. Nosotros no deseamos imponer en nadie una fe que puede ser sólo aceptada libremente, pero como fuerza que vivifica la racionalidad de Europa, pertenece a nuestra identidad”.
Entonces llega la parte esencial:
“Se ha dicho que nosotros no debemos hablar de Dios en la constitución europea, porque nosotros no debemos ofender a los musulmanes y a los fieles de otras religiones. Lo contrario es la verdad: lo que ofende a los musulmanes y a los fieles de otras religiones no es hablar sobre Dios o nuestras raíces cristianas, sino el desdén hacia Dios y lo sagrado, que nos separa de otras culturas y no ofrece la oportunidad para el encuentro, sino expresa la arrogancia de una razón disminuida y reducida, que provoca reacciones fundamentalistas”.
Benedicto XVI admira en el Islam la certeza basada en la fe, que contrasta con el Occidente donde todo se relativiza; y él admira en el Islam el sentido de lo sagrado, que en cambio parece haber desaparecido en Occidente. Él ha entendido que un musulmán no se ofende por el crucifijo, por símbolos religiosos: es realmente un laicismo polémico el que se esfuerza por eliminar lo religioso de la sociedad. Los musulmanes no se ofenden por símbolos religiosos, sino por la cultura secularizada, por el hecho de que Dios y los valores que se asocian con Dios estén ausentes de esta civilización.
Ésta es también mi experiencia, cuando charlo de vez en cuando con musulmanes que viven en Italia. Ellos me dicen: este país ofrece de todo, nosotros podemos vivir como queremos, pero desgraciadamente no hay “principios” (ésta es la palabra que ellos utilizan). Esto lo siente tanto el Papa, que dice: volvamos a la naturaleza humana, basada en la racionalidad, en la conciencia, que da una idea de derechos humanos; por otro lado, no reduzcamos racionalidad a algo que se empobrece, sino integremos lo religioso en la racionalidad; lo religioso forma parte de racionalidad.
En esto, Pienso que Benedicto XVI ha indicado más exactamente la visión de Juan Pablo II. Para el Papa anterior, el diálogo con el Islam tenía que estar abierto a la colaboración en todo, incluso en la oración. Benedicto se orienta a puntos más esenciales: la teología no es lo que cuenta, por lo menos en esta etapa de la historia; lo que cuenta es el hecho que el Islam es la religión que se está desarrollando más y que se convierte cada vez mas en un peligro para Occidente y para el mundo. El peligro no está en el Islam en general, sino en una cierta visión de Islam que nunca renuncia abiertamente a la violencia y engendra terrorismo y fanatismo.
Por otro lado, él no quiere reducir Islam a un fenómeno sociopolítico. El Papa ha entendido profundamente la ambigüedad de Islam, que es lo uno y lo otro, que a veces juega en uno o en otro frente. Y su propuesta es que, si queremos encontrar una base común, debemos salir del diálogo religioso para establecer las bases humanísticas de este diálogo, porque sólo éstas son universales y pueden ser compartidas por todos los seres humanos. El humanismo es un factor universal; las creencias pueden ser factores de choque y de división.
Otro hecho me parece importante. En un coloquio mantenido el 25 de octubre de 2004, entre el historiador italiano, Ernesto Galli della Loggia y el entonces cardenal Ratzinger, es último, en un cierto punto, recordó “las semillas de la Palabra” y subrayó la importancia de la racionalidad en la fe cristiana, vista por los Padres de Iglesia como la plenitud en la búsqueda de la verdad que se encuentra en la filosofía. Galli della Loggia se expresó así: “Su esperanza que es idéntica a la fe, trae consigo un logos y este logos puede convertirse en una apología, una contestación que puede ser comunicada a otros,” a todos.
El cardenal Ratzinger contestó:
“Nosotros no queremos crear un imperio de poder, pero tenemos algo que se puede comunicar y hacia lo que tiende la expectativa de nuestra razón. Es comunicable porque pertenece a nuestra naturaleza humana compartida y hay un deber de comunicar en quienes han encontrado un tesoro de verdad y amor. Racionalidad fue por tanto un postulado y una condición del cristianismo, que es un patrimonio europeo si nos comparamos, pacífica y positivamente, con Islam y con las grandes religiones de la gran Asia”.
Por lo tanto, para el Papa, el diálogo está en este nivel, es decir, basándose en la razón. El entonces agregó:
“Esta racionalidad llega a ser peligrosa y destructiva para la criatura humana si se convierte en positivista [y aquí él critica a Occidente], que reduce los gran valores de nuestro ser a la subjetividad [al relativismo] y así llega a ser una amputación de la criatura humana. Nosotros no deseamos imponer en nadie una fe que puede ser sólo aceptada libremente, pero como fuerza que vivifica la racionalidad de Europa, pertenece a nuestra identidad”.
Entonces llega la parte esencial:
“Se ha dicho que nosotros no debemos hablar de Dios en la constitución europea, porque nosotros no debemos ofender a los musulmanes y a los fieles de otras religiones. Lo contrario es la verdad: lo que ofende a los musulmanes y a los fieles de otras religiones no es hablar sobre Dios o nuestras raíces cristianas, sino el desdén hacia Dios y lo sagrado, que nos separa de otras culturas y no ofrece la oportunidad para el encuentro, sino expresa la arrogancia de una razón disminuida y reducida, que provoca reacciones fundamentalistas”.
Benedicto XVI admira en el Islam la certeza basada en la fe, que contrasta con el Occidente donde todo se relativiza; y él admira en el Islam el sentido de lo sagrado, que en cambio parece haber desaparecido en Occidente. Él ha entendido que un musulmán no se ofende por el crucifijo, por símbolos religiosos: es realmente un laicismo polémico el que se esfuerza por eliminar lo religioso de la sociedad. Los musulmanes no se ofenden por símbolos religiosos, sino por la cultura secularizada, por el hecho de que Dios y los valores que se asocian con Dios estén ausentes de esta civilización.
Ésta es también mi experiencia, cuando charlo de vez en cuando con musulmanes que viven en Italia. Ellos me dicen: este país ofrece de todo, nosotros podemos vivir como queremos, pero desgraciadamente no hay “principios” (ésta es la palabra que ellos utilizan). Esto lo siente tanto el Papa, que dice: volvamos a la naturaleza humana, basada en la racionalidad, en la conciencia, que da una idea de derechos humanos; por otro lado, no reduzcamos racionalidad a algo que se empobrece, sino integremos lo religioso en la racionalidad; lo religioso forma parte de racionalidad.
En esto, Pienso que Benedicto XVI ha indicado más exactamente la visión de Juan Pablo II. Para el Papa anterior, el diálogo con el Islam tenía que estar abierto a la colaboración en todo, incluso en la oración. Benedicto se orienta a puntos más esenciales: la teología no es lo que cuenta, por lo menos en esta etapa de la historia; lo que cuenta es el hecho que el Islam es la religión que se está desarrollando más y que se convierte cada vez mas en un peligro para Occidente y para el mundo. El peligro no está en el Islam en general, sino en una cierta visión de Islam que nunca renuncia abiertamente a la violencia y engendra terrorismo y fanatismo.
Por otro lado, él no quiere reducir Islam a un fenómeno sociopolítico. El Papa ha entendido profundamente la ambigüedad de Islam, que es lo uno y lo otro, que a veces juega en uno o en otro frente. Y su propuesta es que, si queremos encontrar una base común, debemos salir del diálogo religioso para establecer las bases humanísticas de este diálogo, porque sólo éstas son universales y pueden ser compartidas por todos los seres humanos. El humanismo es un factor universal; las creencias pueden ser factores de choque y de división.
Sí a la reciprocidad, no al “buenismo”
La posición de Papa nunca cae en la justificación del terrorismo y la violencia. A veces, aún cuando se trata de modelos de Iglesia, la gente cae en una especie de relativismo general: a fin de cuentas, hay violencia en todas religiones, aún entre cristianos; o, la violencia está justificada como contestación a otra violencia… No, este Papa nunca ha hecho las alusiones de esta clase.
Pero, por otro lado, él nunca ha caído en el comportamiento común en ciertos círculos cristianos de Occidente marcado por “buenismo” y por complejos de culpabilidad. Recientemente, algunos musulmanes han pedido al Papa que pida perdón por las Cruzadas, por el colonialismo, los misioneros, las tiras humorísticas, etcétera. El no cae en esta trampa, porque él sabe que sus palabras podrían ser utilizadas no para construir el diálogo, sino para destruirlo. Ésta es la experiencia que tenemos del mundo musulmán: todo estos gestos, que son muy generosos y profundamente espirituales, de pedir perdón por acontecimientos históricos del pasado, se explotan y son presentados por los musulmanes como un asiento de cuentas: entonces, dicen ellos, usted mismo lo reconoce también: usted es culpable. Tales gestos nunca provocan gesto alguno de reciprocidad.
En este punto, vale recordar el discurso del Papa al Embajador marroquí, el 20 de febrero de 2006, cuando él aludió a “el respeto por las convicciones y prácticas religiosas de otros para que, de una manera recíproca, el ejercicio de la religión libremente escogida sea garantizado eficazmente a todos en todas las sociedades.” Estos son dos afirmaciones pequeñas pero muy importantes: la reciprocidad de los derechos de libertad religiosa en los países Occidentales e Islámicos y el de la libertad de cambiar religión, algo que se prohíbe en el Islam. Lo que sorprende agradablemente es que el Papa se haya atrevido a decirlo: en la político y en el mundo de la Iglesia, la gente tiene miedo de mencionar tales cosas. Basta con tomar nota del silencio que reina cuando se mencionan las infracciones de la libertad religiosa que existen en Arabia Saudí.
Me gusta realmente este Papa, su equilibrio, su claridad. Él no hace arreglos: él no deja de subrayar la necesidad de anunciar el Evangelio en el nombre de la racionalidad y por lo tanto no se deja influenciar por los que temen y hablan contra el posible proselitismo. El Papa pide siempre garantías que la fe cristiana pueda ser “propuesta” y para que pueda ser “libremente escogido.”
La posición de Papa nunca cae en la justificación del terrorismo y la violencia. A veces, aún cuando se trata de modelos de Iglesia, la gente cae en una especie de relativismo general: a fin de cuentas, hay violencia en todas religiones, aún entre cristianos; o, la violencia está justificada como contestación a otra violencia… No, este Papa nunca ha hecho las alusiones de esta clase.
Pero, por otro lado, él nunca ha caído en el comportamiento común en ciertos círculos cristianos de Occidente marcado por “buenismo” y por complejos de culpabilidad. Recientemente, algunos musulmanes han pedido al Papa que pida perdón por las Cruzadas, por el colonialismo, los misioneros, las tiras humorísticas, etcétera. El no cae en esta trampa, porque él sabe que sus palabras podrían ser utilizadas no para construir el diálogo, sino para destruirlo. Ésta es la experiencia que tenemos del mundo musulmán: todo estos gestos, que son muy generosos y profundamente espirituales, de pedir perdón por acontecimientos históricos del pasado, se explotan y son presentados por los musulmanes como un asiento de cuentas: entonces, dicen ellos, usted mismo lo reconoce también: usted es culpable. Tales gestos nunca provocan gesto alguno de reciprocidad.
En este punto, vale recordar el discurso del Papa al Embajador marroquí, el 20 de febrero de 2006, cuando él aludió a “el respeto por las convicciones y prácticas religiosas de otros para que, de una manera recíproca, el ejercicio de la religión libremente escogida sea garantizado eficazmente a todos en todas las sociedades.” Estos son dos afirmaciones pequeñas pero muy importantes: la reciprocidad de los derechos de libertad religiosa en los países Occidentales e Islámicos y el de la libertad de cambiar religión, algo que se prohíbe en el Islam. Lo que sorprende agradablemente es que el Papa se haya atrevido a decirlo: en la político y en el mundo de la Iglesia, la gente tiene miedo de mencionar tales cosas. Basta con tomar nota del silencio que reina cuando se mencionan las infracciones de la libertad religiosa que existen en Arabia Saudí.
Me gusta realmente este Papa, su equilibrio, su claridad. Él no hace arreglos: él no deja de subrayar la necesidad de anunciar el Evangelio en el nombre de la racionalidad y por lo tanto no se deja influenciar por los que temen y hablan contra el posible proselitismo. El Papa pide siempre garantías que la fe cristiana pueda ser “propuesta” y para que pueda ser “libremente escogido.”
2 comentarios :
En opinión de Gustavo Bueno, la tolerancia es sinónimo de debilidad. Sin llegar a tanto, creo que en parte Juan Pablo II fue un tanto «blandito» con los musulmanes y con los representantes de otras religiones. Sus generosos actos de petición de perdón jamás sucitaron una postura recíproca en los representantes de otras religiones.
Creo que no podemos caer en el juego de «todas las religiones son iguales» sin dejar de lado la Revelación. Este es el factor decisivo al juzgar el ámbito religioso, aun a sabiendas de que el progreso en la auténtica Αληθεια es hermenéutica.
Por otra parte, creo que la dificultad de entablar un diálogo cultural basado en los derechos humanos y la centralidad de la persona se estrella con problemas semejantes: dichos valores no son independientes del cristianismo, sino que se han desarrollado sólo a partir de él, y sólo van adquiriendo carta de ciudadanía en la medida que las culturas se van «occidentalizando».
Sí, ut-unum..., también pienso que las propias bases del diálogo son de origen cristiano y comprendo la dificultad del mundo musulmán para aceptar unos "derechos" que se corresponden con una cosmovisión cristiana. Sin embargo, ahora que está tan de moda el "iusnaturalismo", no creo que Juan Pablo II fuese "blandito" ni que esa caricatura de la tolerancia que hace Bueno debilite la exigencia de una resiprocidad. Creo que JPII siempre se mantuvo en la línea de recordar lo más propio del ser humano y eso, no es cristiano (por mucho que el cristianismo lo haya tematizado como base del desarrollo social). JPII no es que fuese blandito, ni BXVI parece el duro, sino que, en mi opinión, han hecho una labor lenta y desagradecida, para recordarle al mundo árabe que debe construir sobre lo que el propio hombre es, sobre su dignidad personal... Esto, no es "orillar" la Revelación, ni considerar que todas las religiones son iguales, sino recordar que lo que sí es igual para todo ser humano es su propia diginidad y sus derechos fundamentales. Quizá, ni siquiera esto se ha percibido con toda claridad, pero me parece el único modo de avanzar en un diálogo que no puede consistir en "choque de revelaciones" porque no vamos a ningún sitio. Creo además que esta es la postura de la Gaudium et Spes de la que son herederos los dos últimos Papas. Bueno, un saludo y bienvenido al blog.
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