viernes, 22 de diciembre de 2006

J. Ratzinger: Los años felices de Ratisbona 1969-1977 (1ª parte)

Posted by Rubén García  |  at   10:48

Parecía la estación de llegada, y sin embargo... por Gianni Valente

En Ratisbona se vive bien. El Danubio fluye lentamente, las callejuelas del centro urbano con sus torres patricias, que son isla peatonal, los cantos litúrgicos de los Regensburger Domspatzen, el coro de los “gorriones de la Catedral” que acompaña las misas solemnes en la Catedral gótica de San Pedro: todo contribuye a la vital y tranquila urbanidad, herencia de épocas importantes, que es el rostro relajado y amable de la que llaman la civilización europea de Occidente. Un toque de gracia ordinaria, quizá acentuado por el destino que más de una vez ha transformado a la ciudad en una avanzadilla, una especie de escolta cercana a la frontera con otros mundos. Cuando los romanos la fundaron, la antigua Castra Regina escuchaba las indescifrables lenguas de los celtas, antes de que otras gentes llegadas del este hicieran añicos el Imperio.
En la segunda mitad del pasado siglo, a menos de ochenta quilómetros de la ciudad bávara pasaba la frontera con Checoslovaquia, es decir, el umbral que separaba a Occidente de aquel mundo “otro” que era el socialismo real. En 1968, en la cercana Praga, la primavera de Dubcek fue aniquilada por los tanques soviéticos, mientras también en las universidades de Occidente la revuelta de los hijos de la burguesía va de la mano de la subversión marxista del orden social. El año anterior el Estado libre de Baviera inauguró precisamente en Ratisbona su cuarta Universidad, y según algunos la nueva Facultad de Teología debería tener como misión específica precisamente la oposición al universo comunista: había que hacer algo, analizar con rigor teológico teutón los acontecimientos de la historia que muchos en la Iglesia comienzan a interpretar como avisos del Apocalipsis, crujidos de un mundo que está a punto de desmoronarse.
También están los que quisieran darle desde un principio la cátedra de Teología Dogmática de la nueva Facultad al profesor Joseph Ratzinger. El brillante y estimado teólogo del Concilio ha dejado en el 66 la Facultad teológica de Münster y ha aceptado la “llamada” de la Facultad de Tubinga precisamente para acercarse a su Heimat, la tierra natal bávara que a él –y sobre todo a su hermana, que le cuida con cariño maternal– le sigue provocando una fuerte nostalgia. Heinrich Schlier, el gran exégeta católico procedente del luteranismo, amigo de Ratzinger desde los años en que ambos enseñaban en Bonn, le ha advertido: «Profesor, mire que Tubinga no es Baviera».
Joseph y su hermana María se dan cuenta enseguida. Pero la posibilidad de trasladarse a Ratisbona ya en 1967, tras la apertura de la nueva Universidad, es una tentación a la que Ratzinger se resiste al principio: acaba de llegar tras un difícil traslado a la prestigiosa ciudadela teológica sueva, y sobre todo no le atrae ni pizca la idea de tener que meterse en todos los problemas técnico-logísticos típicos de las fases de rodaje de las nuevas instituciones académicas. Así que la cátedra ratisbonense de Dogmática se le da a Johann Auer, un colega suyo de la época de Bonn. Pero dos años después, a comienzos del 69, todo cambia.
En Tubinga la convulsión rebelde ha saboteado también en la Facultad teológica las prácticas ordinarias de la vida universitaria: clases, exámenes, reuniones académicas se han convertido en un campo de batalla. «Personalmente yo no tenía problemas con los estudiantes. Pero vi realmente cómo se ejercía la tiranía, incluso brutalmente», dirá de aquel período en el libro-entrevista La sal de la tierra. «A comienzos del 69», cuenta Peter Kuhn, que entonces era asistente de Ratzinger, «me vi con Schlier. Me preguntó cómo se encontraba en Tubinga nuestro “jefe”. Respondí que las cosas no iban para nada bien. Él me dijo: “En Ratisbona han decidido crear una segunda cátedra de Dogmática. Yo conozco mucho al profesor Franz Mussner, que enseña Exégesis del Nuevo Testamento. Le podría decir que Ratzinger ha cambiado de idea y que le podría interesar una llamada de ellos”. “Profesor”, le dije yo, “lo que pueda hacer, hágalo inmediatamente”».
Así fue cómo ya tras el verano del 69 el profesor Ratzinger llega a lo que entonces imagina que iba a ser su meta “profesional” definitiva. «Quería desarrollar mi teología en un contexto menos agitado y no quería verme implicado en continuas polémicas», escribirá en su autobiografía para justificar su “fuga” de Tubinga. Según su ex alumno Martin Bialas, hoy rector de la casa de los pasionistas cercana a Ratisbona, las razones eran otras: «Su hermano Georg se había convertido en el director de los Domspatzen. Trasladarse a Ratisbona quería decir que los tres hermanos Ratzinger podrían vivir por fin juntos. Estoy seguro de que fue esta la razón decisiva de su llegada aquí, y no las polémicas teológicas». En Pentling, donde se va a vivir con su hermana y donde en el 72 se construirá un chalet con jardín, don Joseph Ratzinger dice misa todos los días, incluido el domingo. Su hermana está siempre a su lado. «Ahí llegan José y María», dicen de broma los parroquianos en cuanto los ven aparecer por el camino que lleva a la iglesia.
Ratzinger el ecuménico
Fueran cuales fueran los motivos principales de su traslado, para Ratzinger empieza en Ratisbona una nueva aventura. La Facultad teológica sustituye a la Escuela de Altos Estudios filosófico-teológicos diocesana y en sus primeros tiempos hereda también su vieja sede, que estaba desde 1803 en el claustro de los dominicos, el mismo de san Alberto Magno. Bien pronto todas las actividades académicas serán trasladadas a los edificios de la nueva sede, en la periferia de la ciudad.
Para llegar hasta la Universidad Ratzinger normalmente utiliza el transporte público. A veces le lleva algún alumno o colaborador en sus coches más bien destartalados: el Citroen 2 caballos de Kuhn, el más serio Opel Kadett de Wolfgang Beinert. La nueva Facultad teológica es como una tabula rasa. No cuenta con la gran historia de Tubinga, pero esto tiene también sus ventajas: se puede trabajar en plena libertad, sin estar demasiado condicionados por un pasado agobiante. En comparación con el caos de la rebelión estudiantil de Tubinga parece una isla de tranquilidad. Pero desde luego no puede ser descrita como el búnker de la resistencia reaccionaria contra los desvíos de la teología posconciliar. Entre los estudiantes los lemas de la movilización política son los mismos que en los demás lugares: «Por la victoria del pueblo vietnamita», reza una consigna en letras mayúsculas rojas en las paredes del comedor universitario.
Todo el cuerpo docente de la Facultad es de reciente contratación. Los perfiles y la sensibilidad teológica de los profesores son distintos, e incluso opuestos. Los dos extremos están representados por el viejo Auer, de planteamiento escolástico, y por Norbert Schiffers, el docente de Teología Fundamental cercano a la Teología de la Liberación.
«A decir verdad», confiesa Martin Bialas, «se decía que el obispo de Ratisbona, Rudolf Graber, consideraba también al profesor Ratzinger un poco “modernista”, y estaba preocupado por su llegada a la Facultad. Pero no lo vetó, como hubiera podido». En efecto, todas las decisiones e iniciativas que llevará a cabo el profesor bávaro a partir de entonces –temas y método de enseñanza, participación en la vida de la facultad, tomas de postura públicas– no parecen cuadrar con el cliché de tránsfuga conservador, o de teólogo conciliar arrepentido.
No hay más que ver los títulos de los cursos y seminarios para darnos cuenta de que la actualidad eclesial y teológica, así como el diálogo ecuménico con las demás confesiones cristianas están siempre presentes en los intereses del profesor. En el 73 el seminario principal se concentra en los textos de la sesión plenaria del Consejo ecuménico de las Iglesias, sección “Fe y Constitución”, en la que Ratzinger toma parte junto con el otro teólogo alemán Walter Kasper. En el semestre invernal 73-74 el curso principal de Cristología lleva paralelo un seminario que repasa todas las “novedades” teológicas producidas en aquel campo por autores contemporáneos, como Rahner, Moltmann, Schoonenberg, Pannenberg.
En el 74 el curso de Eclesiología lleva paralelo un seminario completamente centrado en la Lumen gentium, la constitución sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II. En el 76 el seminario principal afronta la posibilidad de reconocimiento por parte de la Iglesia católica de la Confessio Augustana, la fórmula de fe redactada por el luterano Felipe Melanchton. El seminario valora las argumentaciones a favor de ese reconocimiento sostenidas por el alumno de Ratzinger, Vinzenz Pfnür, que el maestro parece compartir. También el método es el de afrontar directamente y sin tabúes los temas problemáticos. Como ha contado en el libro Benedict XVI: The Conscience of Our Age. A Theological Portrait el verbita Vincent Twomey, alumno suyo en los años de Ratisbona, «al comenzar cada semestre, los estudiantes de todos los años y de varias disciplinas se reunían en una de las salas de lectura más grandes para escuchar ensimismados las lecturas introductivas de Joseph Ratzinger. Cualquiera que fuera el tratado que tuviera que afrontar en aquel semestre (creación, cristología o eclesiología), él comenzaba situando la materia en primer lugar en el contexto cultural y contemporáneo y luego dentro de las investigaciones teológicas más recientes, para luego ofrecer su propio examen original, docto y sistemático del tema». El único requisito requerido a sus estudiantes es mantener despierto el espíritu crítico incluso frente a los nuevos conformismos.
Cuenta el otro ex alumno ratzingeriano Joseph Zöhrer, hoy docente de teología en la alta Escuela de Estudios Pedagógicos de Friburgo: «Reaccionaba con sutil ironía cuando en la discusión se usaban argumentos no analizados suficientemente. Una vez un estudiante sostenía una tesis justificándola con una simple cita del teólogo Karl Rahner. Ratzinger le aguijoneó: “Es singular”, dijo, “que después de haber declarado legítimamente el escepticismo hacia la fórmula ‘Roma locuta causa finita’, ahora se pase sin pestañear a la fórmula ‘Rahner locuto causa finita’”…». Con respecto a sus colegas, Ratzinger tiene sus preferencias. Se siente especialmente en sintonía con los exegetas Mussner y Gross. Pero sigue manteniendo su actitud reservada, no participa en camarillas académicas, no polariza sobre sí sentimientos conflictivos. «Por índole», explica Bialas, «no es polémico, no es alguien a quien le guste la lucha. Por eso siempre me ha parecido que sufrió durante los veinticinco años que tuvo que llevar adelante la misión que le encargó el papa Wojty al frente del ex Santo Oficio».
En Ratisbona también los demás profesores se aprovechan de su índole placentera, que es cómoda cuando se buscan compromisos en las diatribas académicas. Por esto también lo nombran primero decano de la Facultad y luego incluso prorrector de la Universidad. Con este cargo también él contribuye a desestimar hábilmente las peticiones de cursos base de marxismo promocionadas sobre todo por los estudiantes y por el personal administrativo en los órganos representativos de gestión de la Universidad.

Sobre el autor

Blog del departamento de Teología del Istic

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