Si debiéramos resaltar un valor de los muchos que posee la clásica obra del cardenal estadounidense Avery Dulles, The Craft of theology. From symbol to system, posiblemente sería, a nuestro juicio, la claridad. Abordar un tema como la relación entre Magisterio y teología, de perenne y, casi siempre, conflictiva actualidad, sobre el que tanto se ha escrito, puede resultar infructuoso si no se realiza con la claridad magistral con la que el autor lo hace. No emplea términos técnicos –como Tradición, Magisterio o Teología- sin explicarlos, delimitando su significado a fin de que incluso el lector no experto pueda comprender exactamente y sin confusión de qué está hablando cuando afirma, por ejemplo, que «sin las directivas del magisterio, la teología carecería de una guía adecuada» .
Otro valor de máxima importancia que inmediatamente destaca en toda la obra es su profunda eclesialidad. No es extraño, al menos en el ámbito español, leer o escuchar a intelectuales, autoproclamados como «teólogos progresistas», que lanzan continuas diatribas contra lo que ellos llaman despectivamente la Iglesia «jerárquica», disienten de cuestiones básicas de la fe o promueven abiertamente la duda y la ruptura respecto a las proposiciones magisteriales que no encajan en sus esquemas mentales. Frente a este error, A. Dulles concibe la labor teológica del único modo en que puede ser sanamente concebida, dentro del seno de la comunidad creyente, la Iglesia. La teología, para él, vale en cuanto sirve a la reflexión eclesial y «pierde, sin embargo, su identidad si deja de ser una reflexión sobre la fe de la Iglesia» . Sólo una teología nítidamente eclesial puede llamarse, con propiedad, teología cristiana, y únicamente el quehacer teológico que real-mente es «una reflexión sobre la fe desde la propia convicción de fe» puede llegar a buen puerto.
Partiendo de este necesario presupuesto -la condición eclesial de la teología- la relación entre Magisterio y teología resulta posible. No significa que, aun así, no surjan dificultades, pero sí que estas no serán nunca irresolubles, las posibles tiranteces no llegarán a degenerar en graves desafecciones, herejías o cismas. Los pastores, como encargados de la enseñanza magisterial, sabrán respetar, sin intromisiones abusivas, la justa autonomía académica de los teólogos. Estos, por su parte, sabrán acoger las enseñanzas y recomendaciones de sus pastores. En definitiva, la relación Magisterio-teología puede resultar problemática o ser, por el contrario, una ocasión de gracia y crecimiento para ambos, dependiendo de los presupuestos desde los que se parta.
Siguiendo la lógica que descubrimos al interno de la obra, pero con total libertad respecto a la distribución elegida por el autor, analizaremos primero los conceptos de Tradición, Magisterio y Teología en el pensamiento del cardenal Dulles. Sólo así, asentando esta base, creemos poder llegar a descubrir, en un segundo momento, qué supone y cómo debe darse la relación entre Magisterio y teología.
1. Concepto de Tradición
La Tradición, según Dulles, puede definirse como «el proceso de la comunicación diacrónica a través de la cual la revelación, recibida en la fe, se perpetúa a sí misma de generación en generación» . Recoge, en lo esencial, la definición conciliar, que habla de la Iglesia fundada en los Apóstoles que «en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree» (DV 8) y procura comprenderlo cada vez mejor con la asistencia del Espíritu Santo, ya que «tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina» (DV 8).
En el concepto católico de revelación, a diferencia del dominante en el protestantismo, la Escritura, por sí sola, es formalmente insuficiente. Se precisa de la Tradición para captar suficientemente la Palabra de Dios, «aun cuando se asuma que toda la revelación está contenida de alguna manera en la escritura» . La Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, consciente de ello, trata la Tradición antes que la Escritura, distanciándose así de una visión reduccionista y subordinada de Tradición. No se trata de un simple apéndice añadido a la Biblia, puesto que, con res-pecto a ella, es «cronológicamente antecedente, concomitante y subsiguiente» . Ambas «constituyen un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia» (DV 10) y, por ello, «se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad» (DV 9). Los Padres conciliares no hablan de la Escritura como norma de validación de la Tradición y las tradiciones, si bien nada que esté en contra de la Palabra de Dios presente en la Escritura puede considerarse como Tradición en sentido auténtico. La Tradición «divina», en cuanto suscitada y sostenida por Dios, al ser vivida y transmitida en los diversos tiempos y lugares, engendra las variadas tradiciones humanas, que son necesarias pero «deben ser objeto de constante discernimiento en cuanto a su integridad y relevancia» , especialmente a través del continuo Magisterio.
La Tradición no puede captarse objetivamente sin más, como puede hacerse con una información cualquiera. Sólo quien viva su fe en la Iglesia, participando de su culto y aceptando sus normas puede acceder a ella. En este sentido, afirma nuestro teólogo que el acceso «se obtiene primariamente a través de la vida de la gracia en el seno de la comunidad de fe» .
A. Dulles define el concepto de Tradición expresado en la Dei Verbum como «vital, realista y progresista» ; aunque reafirma las posiciones básicas de Trento asimila la visión dinámica y evolutiva de Tradición, defendida por teólogos conciliares como Yves Congar.
2. Concepto y función del Magisterio
El Magisterio eclesiástico puede ser definido como «el órgano que expresa en forma autoritativa el pensamiento de la Iglesia» .
¿Cual es el papel del Magisterio con respecto a la Tradición? Según la enseñanza conciliar, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura (un único depósito de la Palabra de Dios) ha sido confiada al Magisterio, junto a la totalidad del Pueblo de Dios, para que –colaborando prelados y fieles- «conserven», «ejerciten» y «profesen» la fe recibida (Cf. DV 10).
Escritura, Tradición y Magisterio no pueden ser separados ni utilizados como fuentes independientes. Recogiendo el pensamiento de de la Dei Ver-bum, dice Dulles que «la escritura no tiene valor normativo salvo cuando es leída a la luz de la tradición y bajo la vigilancia del magisterio. Y viceversa, la tradición y el magisterio no tienen valor a no ser que estén referidos a la escritura» . El número 10 de la constitución dogmática atribuye al Magisterio «el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida», ejerciendo su autoridad «en el nombre de Jesucristo».
Pero ya que el mensaje único e inalterable de Cristo, la Palabra de Dios, necesita ser anunciada de formas distintas ante perspectivas y preguntas cambiantes, la labor magisterial será discernir si las hipótesis y formulaciones nuevas pueden aceptarse o, por el contrario, han de ser rechazadas.
Este discernimiento lo puede expresar de acuerdo a cuatro categorías:
• Declaraciones dogmáticas: han de ser aceptadas por todo creyente como reveladas por Dios
• Declaraciones definitivas de verdades no reveladas pero en conexión estrecha con la revelación y la vida cristiana: deben ser acogidas por todos con firme asentimiento
• Declaraciones no definitivas pero que constituyen una enseñanza obligatoria de doctrinas que contribuyen a comprender rectamente la revelación: «exige de forma real, aunque no incondicional, el asentimiento de los creyentes»
• Admoniciones prudenciales o aplicaciones a un contexto determinado de la doctrina cristiana: piden ser recibidas con una obediencia o conformidad externa, si bien «no requieren en todos los casos un asentimiento interior» .
El Magisterio eclesial, para el teólogo norteamericano, es un «magisterio dual» , ya que lo ejercen, al unísono, los pastores y los teólogos académicos cuando ofrecen «una instrucción precisa a sus fieles, de modo que puedan entender, en cierta medida, el mensaje que han recibido» . La función docente de la Iglesia, a su juicio, puede llevarse a cabo de dos modos distintos y complementarios: el oficial, del Papa y los obispos, que enseñan en nombre de Cristo, y el no oficial de los teólogos, que son aquellos, de entre los fieles, que asumen la misión de llevar a los otros a un conocimiento mejor de la fe. Evidentemente, su misión y grado de responsabilidad en el munus docendi son diversos; debe distinguirse «entre el papel de los obispos, que en su enseñanza pueden comprometer públicamente a la Iglesia, y el de los teólogos, que no pueden hacerlo» . Pero, para entender correctamente esta distinción, debemos precisar primero cual es el significado del término «teología» y qué función cumple dentro del cuerpo eclesial.
1 comentarios :
Muchas gracias, Rubén. Se agradece que compartas tu reflexión personal: he leído una parte y me parece muy claro, ¡¡ se nota que has aprendido en la escuela del cardenal Dulles !! Enhorabuena!
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