viernes, 25 de julio de 2008

Pensadores no creyentes comentan la "Spe salvi" (I)

Posted by Rubén García  |  at   9:17


Tomado de http://chiesa.espresso.repubblica.it/
Por segunda vez en tres meses "L'Osservatore Romano", el diario de la Santa Sede, ha publicado en primera página unos comentarios a la encíclica de Benedicto XVI “Spe salvi” escritos por pensadores no creyentes.

El primer comentario, publicado el 28 de marzo, es del profesor Aldo Schiavone (en la foto), presentado en la nota a pie del artículo como “Director del Instituto Italiano de Ciencias Humanas”.

Schiavone es uno de los más autorizados estudiosos de derecho romano y de historia y filosofía del derecho. Enseña en la Universidad de Florencia. En su campo, en Italia, es una luminaria como lo es en Alemania el profesor Ernst-Wolfgang Böckenförde, muy estimado por el Papa Joseph Ratzinger.

No es católico, más aún, no es creyente de alguna fe revelada. Pero siempre ha prestado mucha atención al hecho religioso.


El segundo comentario, publicado el 28 de junio, es el profesor Ernesto Galli della Loggia.

Galli della Loggia ha sido profesor ordinario de historia de los partidos y movimientos políticos en la Universidad de Perugia. Después ha enseñados en Florencia en el Instituto Italiano de Ciencias Humanas dirigido por el profesor Schiavone. Y desde el 2005 enseña filosofía de la historia en la facultad de filosofía de la Universidad Vida-Salud San Rafael de Milán, de la que ha sido director por dos años. Para la editorial il Mulino dirige la serie “La identidad italiana”, inaugurada con un libro suyo del mismo título.

Tampoco Galli della Loggia es católico, más aún, se dice “privado de fe”. Sin embargo afirma reconocer “ese ‘agregado’ que la historia humana sin Dios no alcanzaría jamás a colmar”.

Tanto Schiavone como Galli della Loggia son muy conocidos para el público culto italiano. Son editorialistas de los dos diarios laicos más difusos, el primero lo es de “La Repubblica” y el segundo del “Corriere della Sera”.

Uno y otro son desde hace tiempo interlocutores estimados en el Vaticano.

El 25 de octubre del 2004 Galli della Loggia sostuvo un debate público sobre el Occidente y las religiones con el entonces cardenal Ratzinger, debate promovido por la Fundación Gaetano Rebecchini, que fue tenido en Roma en el espléndido Palacio Colonna.

El 30 de noviembre del 2007 tanto él como Schiavone presentaron y comentaron en el Vaticano, en presencia del cardenal secretario de estado Tarcisio Bertone, las actas de un seminario del Pontificio Comité de Ciencias Históricas sobre “Historia del cristianismo: balance y cuestiones abiertas”.

Sus comentarios a la “Spe salvi” desarrollan argumentaciones diferentes. Pero convergen sobre un punto. Ambos dan mucha relevancia a aquel pasaje de la encíclica en el que Benedicto XVI augura “una autocrítica de la edad moderna” junto con “una autocrítica del cristianismo moderno”.

Pero uno y otro consideran que esta esperada autocrítica del cristianismo está lejos de cumplirse.

Para Galli della Loggia a ella “no le ha seguido nada”, ni en la encíclica ni en otros documentos papales.

Para Schiavone la Iglesia se cierra demasiado a la defensiva. Continúa pensando en “un hombre que tiene que ser protegido de sí mismo argumentando presuntos vínculos naturales”

Se puede hipotizar que Benedicto XVI haya leído con interés estas críticas tan fuera de lo común en el “diario del Papa”. Y no se excluye que tarde o temprano responda a las mismas.

A continuación los dos comentarios a la “Spe salvi” aparecidos en "L'Osservatore Romano", el primero el 28 de marzo del 2008, el segundo el 28 de junio del 2008:

1. Una nueva alianza entre Iglesia y modernidad laica

por Aldo Schiavone


La "Spe salvi" es un texto complejo y que involucra, escrito con gran maestría entretejiendo una multiplicidad de temas, desde motivos más propiamente pastorales a reflexiones de orden doctrinario y dogmático. Y a su vez, es también lo que se diría un ensayo histórico de interpretación, dedicado a medirse con nudos cruciales dispuestos sobre un espectro temporal largísimo, desde la antigüedad romana al mundo contemporáneo.

El hilo conductor, anunciado como de costumbre ya en las palabras del incipit – una bellísima cita paulina – es un discurso conciso sobre la esperanza, justamente considerada como la conexión por excelencia entre dos planos fundamentales: el horizonte de la historia y el de la escatología.

Es una decisión fuerte, que toca sin duda un nervio descubierto de nuestros días: el que en otro lugar (en el libro “Historia y destino”) me pareció definirlo como la pérdida del futuro, la incapacidad de atraer “dentro del presente el futuro”, en modo que “las cosas futuras se viertan en las presentes, y las presentes en las futuras”, como ahora escribe sugestivamente el pontífice.

Para él, y no podría ser de otra manera, el aspecto escatológico de la esperanza – de la esperanza cristiana – se liga a la certeza “que el cielo no está vacío”, que “sobre todo existe una voluntad personal, hay un Espíritu que en Jesús se ha revelado como Amor”. Es el punto de unión – límpido y atormentado a la vez – entre esperanza y fe: y oportunamente Benedicto recuerda a propósito la elaboración teológica medieval que llega a definir precisamente la fe como “sustancia de las cosas esperadas”.

Pero el hombre es también historia, y la pregunta capital: “'qué cosa podemos esperar?” – una duda que los eventos de nuestro tiempo hacen a la vez decisivo y cargado de angustia – requiere por ello también de una respuesta en el terreno de la historicidad, y no sólo en el de la escatología.

Y es en este punto que el interrogarse de Benedicto sobre la esperanza – sobre su forma histórica, podríamos decir – se transforma, inevitablemente y con gran fuerza, en un discurso sobre la modernidad: sobre su razón, sobre sus conquistas y sus fracasos.

La perspectiva es fuertemente sintética, pero jamás superficial, y el uso que se propone en estas páginas de Kant, de Adorno, inclusive de Marx, es veloz y a veces discutible, pero siempre pertinente. Pero seguir todos los pasajes sería demasiado largo y complejo, y me cuidaré de hacerlo. Buscaré, en cambio, mantenerme dentro de lo que me parece el dispositivo esencial y más potente del razonamiento del pontífice. Que se encuentra a mi parecer en la afirmación que es hoy indispensable “una autocrítica de la edad moderna” en la cual pueda confluir también “una autocrítica del cristianismo moderno”.

Se trata de una posición de absoluta relevancia, que comparto plenamente. Estoy del todo convencido también yo que los tiempos – si sabemos de verdad interpretarlos – están maduros para una nueva alianza entre el cristianismo y la modernidad laica, sobre la base de una paralela revisión crítica de su historia, y que ella pueda contribuir a aquella auténtica regeneración de lo humano sin lo cual nuestro futuro se llena siempre de sombras.

'Pero cómo trabajar en este extraordinario objetivo común? Benedicto hace referencia sobriamente pero con eficacia a los principales fracasos ideológicos y políticos de la modernidad, que retrospectivamente se nos presentan en toda su portada: la idea demasiado lineal, ingenua y materialista de “progreso”; la idea datada e inadecuada del comunismo como resultado último de la revolución francesa, y como puro vuelco de la base económica de nuestras sociedades. Sobre todo ello no puede haber sino concordancia. Pero la modernidad no es sólo esto: y Benedicto lo sabe muy bien. Efectivamente él le encuentra correctamente el corazón en la capacidad de instaurar una nueva y revolucionaria relación entre ciencia y praxis – o sea entre conocimiento y técnica transformadora.

Ahora, el punto es que este entramado entre ciencia y técnica – la potencia transformadora de la técnica – no está sólo andando “hacia un señorío siempre mayor de la naturaleza”; sino que está haciendo más, mucho más.

Nos está empujando – después de millones de años de historia de la especie – hacia el impactante punto de fuga más allá del cual la separación, que hasta ahora nos ha dominado, entre historia de la vida (en el sentido de nuestras bases biológicas) e historia de la inteligencia (humana) no tendrá más razón de ser. Un punto en el cual las bases naturales de nuestra existencia dejarán de ser un presupuesto inmodificable del actuar humano, y se volverán un resultado históricamente determinado de nuestra razón, de nuestra ética y de nuestra cultura. Esta reunión – el pasaje, al menos potencial, en el control evolutivo de la especie de la naturaleza a la mente – no está lejos: su anuncio está ya en las crónicas cotidianas.

Y entonces me pregunto y me permito solicitar humildemente: 'pero la forma histórica de nuestra esperanza no depende también de cómo se define la Iglesia frente al anuncio de esta novedad radical? 'Está ella de verdad lista para acogerla? 'O quizá la “autocrítica” de la que habla el pontífice debe ante todo referirse precisamente este aspecto?

Es verdad, Benedicto tiene razón: la ciencia – ninguna ciencia – podrá jamás “redimir” al hombre: hay necesidad de ética y de valores. Pero puede modificar – y ya lo está haciendo – en modo drástico la trama existencial del humano, lo más profundo que vive, las perspectivas primarias de vida y de muerte.

En suma, la relación histórica entre modernidad y esperanza no puede evitar el resolver este nudo. 'La superación definitiva y completa de los confines biológicos que nos han sido asignados hasta ahora por nuestro camino evolutivo puede ser integrada dentro de una forma histórica de esperanza compatible con la fe y con la escatología? 'En la “semejanza” del hombre con Dios – también ella citada por el pontífice – en el infinito al cual esta abismal comparación alude, puede ser incluso el proyecto de un humano final libre de los propios vínculos naturales, y completamente señor de su destino histórico?

En otros términos, lo que aquí está en cuestión es el irrumpir y el instalarse del infinito dentro de la historicidad del finito. También esto, como Benedicto sabe bien, es un tema crucial de la modernidad, bien reflejado en algunos grandes lugares de la filosofía clásica alemana. Y creo precisamente que el significado de la transición revolucionaria que estamos atravesando, que llama a la Iglesia a asumirse responsabilidades enormes, esté todo aquí: haber hecho efectivo, directo y determinante ante los ojos de todos aquello que la modernidad había sólo dejado entrever a sus filósofos. O sea que el infinito como ausencia de confines materiales a la posibilidad del hacer, como caída de toda determinación obligada por una barrera externa a nosotros (“omnis determinatio est negatio") está entrando establemente en el mundo de los hombres, y siempre más frecuentemente deberemos aprender a tenerlo junto a nosotros, y, si se puede decir así, a dirigirlo. Con la ayuda de Dios, estaría por decir: pero no oso hacerlo y me detengo.

Cierto, no tengo ninguna autoridad para sostenerlo, pero no llego a sustraerme a la idea que un Dios de amor – como el que Benedicto nos invita a pensar – no tenga necesidad de un hombre en jaque, de un hombre prisionero de su materialidad biológica, de un hombre que tenga que ser protegido de sí mismo argumentando presuntos vínculos “naturales”, sino que haya escogido por amor el tener junto un hombre totalmente libre, y totalmente libre, a su vez, de escoger a Dios.

No me oculto que el meterse en este evento – o sea, llegar a imaginar una nueva relación entre historia y escatología, donde el infinito no esté sólo del lado de la segunda, porque de esto se trata en el fondo – impondría grandes cambios en el magisterio y en la dislocación mundana de la Iglesia. Pero donde de verdad, 'si no ahora, cuándo? Las energías están. Y está la esperanza. Quizá, ocurre solo un poco más de profecía, sin renunciar a la doctrina.


Sobre el autor

Blog del departamento de Teología del Istic

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