domingo, 26 de noviembre de 2006

Jesucristo visto por un musulmán

Posted by Rubén García  |  at   8:50

Para un musulmán hablar de la figura de Jesús es motivo de una doble dificultad. Por una parte, se trata de presentar un visión “ajena”, “diversa” de un tema que, para algunos, es la esencia misma de su fe y, por tanto, de su vida. Mi intención es explicar la lógica interna del Corán sobre todo para oyentes y lectores que consideran la vida de Jesús y su destino como la representación única y universal de la verdad primera.

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La dificultad está en el hecho de tener que hablar de esta verdad de manera diversa. Este es el primer aspecto del problema.
Por otra parte, hablar de Jesús, para un musulmán que vive su fe de manera crítica, comporta una relectura de la interpretación musulmana de los versículos coránicos dedicados a Cristo. El patrimonio musulmán, en su estado actual, es, en mi opinión, incapaz de hablar del otro de manera coherente, por tanto, es aún menos capaz de entablar un diálogo cristiano-islámico que borre el exclusivismo y el aislamiento.
Es por esto por lo que a la pregunta: “¿Quién es Jesús para vosotros?”, se impone una doble respuesta. Por una parte hay que exponer cómo se presenta Jesús en el Corán, pero también hay que colocarlo en el centro de la principal problemática islámica, a saber, de la cuestión del otro y de la diferencia en el pensamiento monoteísta.
Así pues, Jesús para un musulmán comprometido en el diálogo interreligioso, es al mismo tiempo el otro, el diferente, pero también es el otro no eliminable, porque es parte integrante de su identidad religiosa. Jesús es “ajeno y propio”.
Pero su imagen, en el Corán, no puede satisfacer completamente a los cristianos porque no corresponde a la suya. Resulta, por tanto, que es inconcebible en el islam invocar la Unicidad divina sin evocar la figura de Jesús. Pero esta misma representación, en la versión musulmana clásica, ha sido tan modificada por las instancias históricas y las luchas políticas que es necesario revisarla. Por tanto ha de considerarse inevitable reexaminar la figura de Jesús a la luz del discurso coránico y de los enfoques históricos y comparativos.
Nuestra intención es colocarnos en esta doble dimensión con el fin de salir del atolladero secular del diálogo cristiano-islámico.
En realidad, el diálogo es complejo y delicado porque se trata de poner en comunicación dos identidades religiosas que, aun siendo hermanas, no tienen la misma historia ni los mismo dogmas ni el mismo ideal y que, por tanto, deben abrirse recíprocamente.

El texto y su contexto
Comenzamos presentando brevemente los datos fundamentales de la presencia de Jesús en el texto coránico. De los 6.236 versículos que forman el texto coránico, Cristo es citado 33 veces ya sea con su nombre árabe «Issa», sea con un nombre compuesto «Jesús, hijo de María», sea, en fin, con su calificación de Mesías. No cabe duda de que el texto coránico habla, nombrándolos, de elegidos que difundieron el mensaje de la revelación divina antes de la llegada de Mahoma. Si su número es limitado, solamente veinticinco, es sabido, sin embargo, que fueron más numerosos. En los que son indicados con su nombre, algunos son mencionados una sola vez y de paso, mientras que otros ocupan una posición importante. Abraham, por ejemplo, es nombrado en 64 versículos y Moisés en 131. Si nos fijamos sólo en la cantidad se podría deducir que Jesús ocupa un lugar secundario, pero sería una conclusión demasiado apresurada. Si se estudia con atención lo que el Corán dice de Jesús, se ve que ninguna figura tuvo un poder taumatúrgico tan extraordinario como el suyo. No sólo, el Corán usa una docena de atributos especialmente reconocidos a Jesús. Él es el profeta, el servidor de Dios y el niño limpio de toda impureza, pero es también el signo, el ejemplo, el Verbo, el espíritu venido de Dios, la ciencia de la Hora, aquel que es apoyado por el Espíritu Santo, el camino recto.
Partiendo de estos primeros datos puede decirse que, para el Corán, Jesús es una figura notable en la pléyade de los elegidos, todos revestidos de la misma vocación: combatir la idolatría responsabilizando al hombre, esta criatura única y vicaria de Dios.
Este es el fin principal de los esfuerzos comunes de estos mensajes de la gracia divina. El Corán no tiene ninguna pretensión biográfica cuando se detiene en los aspectos de la vida de algunas figuras bíblicas. Por eso no hay en él nada sobre la vida y los hechos de los elegidos, y es muy limitado lo que concierne el aspecto histórico de su vida.
Nos encontramos ante una postura preconcebida para sostener una tesis según la cual la humanidad, aunque diversa por evolución histórica, demuestra su unidad en su búsqueda de la verdad y en el continuo apoyo divino a esta búsqueda.
Una lectura puramente cristológica del Corán evidencia cierto número de puntos atinentes a la doctrina cristiana. Por una parte, encontramos un respeto ilimitado por María, madre de Jesús, que, liberada de todo ataque calumniador, es presentada como la más pura de las figuras de los fieles: «Y llegó el día en que los Ángeles dijeron: “¡Oh María! Dios te ha elegido, Él te ha purificado y entre todas las mujeres del universo te ha elevado a su gloria”» (III,42). Respecto a Jesús, su hijo, los versículos entonan estas alabanzas: «Oh María, Dios te anuncia la buena nueva de un Verbo que procede de Él. Su nombre es el Mesías, Jesús, hijo de María. Será ilustre en este mundo y en el otro, y formará parte de los elegidos» (III,45).
Otros versículos, sin embargo, no dudan en negar algunos dogmas, especialmente el de la divinidad de Jesús: «¡No digáis de Dios si no la verdad, que el Mesías, hijo de María, es solamente el enviado de Dios, su Verbo puesto en el seno de María, un Espíritu que procede del Señor! Creed en Dios y en sus enviados, pero no habléis de Tres» (IV,172).
Otros versículos asumen un tono de condena contra los cristianos y ponen en guardia al musulmán: «¡Creyentes! No toméis como amigos a los judíos ni a los cristianos! ¿No son acaso aliados entre ellos contra vosotros? Quien de vosotros se haga aliado de ellos, será uno de ellos» (V, 51).
Sin embargo, esta condena no impide manifestar respeto por el monaquismo y los sacerdotes: «Verás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los paganos, y que los más amigos de los creyentes son los que dicen: “Somos cristianos”, porque hay entre ellos sacerdotes y monjes y no son altivos» (V, 82). Y en otro versículo se lee: «Pusimos en los corazones de quienes le siguieron (a Jesús) dulzura y caridad» (LVII,27).
¿Cómo armonizar estos versículos para captar el sentido del discurso coránico sobre Jesús y sus discípulos? Es importante recordar al respecto que bastantes exégetas musulmanes se han basado sobre todo en este aspecto denigrante de los versículos cristológicos para escribir tratados de polémica anticristiana. Otros teólogos, por el contrario, han reflexionado sobre los versículos que alaban la grandeza de Jesús por su lucha contra la vanidad, las falsas sabidurías y el apego a la vida diaria.
Para poder sacar del corpus coránico los elementos para una cristología objetiva es indispensable recordar un punto doctrinal. En el islam, el corpus coránico es la palabra directa de Dios (Alá), pronunciada en árabe y revelada a Mahoma entre el 612 y el 632 de la era cristiana. Por eso el Corán, para todo musulmán, es el Verbo, es la verdad por excelencia. Los temas que trata conciernen esencialmente a la creación, el cosmos, la naturaleza, el más allá y, por último, la moral, el culto y la ley. Todo ello con una nueva concepción de Dios y del hombre.
En ese primer estadio podemos afirmar que lo que se dice de Cristo tiene un valor doctrinal, porque forma, junto con lo que se dice de las otras narraciones de los profetas citados en el Corán, la base de la que podríamos llamar la unidad humana en su identidad. Esta unidad que es un argumento esencial en favor de la unicidad de Dios no excluye la diversidad de las circunstancias particulares de cada mensaje. Y esto explica por qué el Corán, al hablar de Jesús, recuerda solamente algunos episodios de su vida para ofrecernos su perfil. De este modo el Cristo de los Evangelios es, de alguna manera, “arabizado” y, sobre todo, remodelado. Así que, cuando la revelación coránica deja a un lado al Jesús del sermón de la montaña, al que vivía en medio de los pecadores o, incluso, cuando se opone a su divinidad y a su crucifixión, lo hace solamente con el fin de hallar esta unidad de identidad. Trata de evitar que aspectos particulares del ambiente específico del cristianismo sean un obstáculo serio para la participación de una parte de la humanidad (en el caso en cuestión, la árabe) en esta comunión en sentido lato.
Esta actitud puede molestar a los cristianos porque se opone a su visión de la verdad; pero el Corán ataca varias veces la pretensión de poseer la verdad y, al respecto, pone en guardia a los cristianos, a los judíos y a los musulmanes. «[La verdad] no depende de vuestro puro ideal [la palabra para los musulmanes] ni del ideal del pueblo del libro [judíos y cristianos]. Todo el que obre mal tendrá que responder y, ante Dios, no encontrará aliado ni protector» (IV, 123).
El camino coránico, que consiste en comprender el pasado mediante las instancias del momento, ha sido aplicado a todas las figuras bíblicas citadas en el Corán. Pero esta unidad de identidad humana no puede excluir la diversidad de estas figuras. Rechazando esta dialéctica coránica entre unidad y diversidad, estamos condenados, según la concepción islámica, sea a afirmar que la revelación anterior es la única “verdadera”, sea a decir que el Jesús del Corán y el de los Evangelios son dos personas distintas que solamente tienen en común el nombre.
Para esta percepción, la inspiración divina es necesariamente plural y el testimonio de Jesús confirma lo que algunos teólogos musulmanes llaman la Unicidad viviente. Y si Jesús es verdaderamente el Verbo y la ciencia de la Hora, él es conjuntamente permanencia y contingencia. El Espíritu venido de Dios puede fácilmente introducirse en un contexto histórico bien determinado con la condición de que lo transcienda de modo que el “Verbo” pueda realizarse de manera indeterminada. Esta percepción coránica aparece en varios versículos. Elegimos uno en el que la condición poliforme es la más evidente: «Si el océano entero se volviera tinta para escribir las palabras de mi Señor, todo su contenido se acabaría sin que por ello se agotaran las palabras de Dios, e incluso si a este océano se le añadiera otro igual». Así la figura de Jesús abre en el ámbito del monoteísmo riguroso el camino de un proceso en el que Dios es mediador entre los hombres. Es en Él y por medio de Él que se reconoce al hombre. El Corán no deja de repetirlo –pues históricamente es verdad– que la idea de Dios ha hecho surgir la idea, tan difícil de concebir por la humanidad antigua, de hombre universal (Insân). Colocando esta idea en el centro de sus enseñanzas, las religiones monoteístas han revelado al hombre el hombre como entidad. Esto nos lleva a otro punto de nuestra reflexión sobre la espiritualidad de Jesús en el Corán.

Palabra de Dios y lenguajes humanos
Si el conjunto de los versículos coránicos relativos a Jesús y a su madre condenan, desde un punto de vista dogmático, un cristianismo bien definido en el tiempo y en el espacio, este mismo conjunto confirma, por medio del Mesías, Verbo y Espíritu de Dios, la espiritualidad que el Corán quiere fundar. En su voluntad de romper con el paganismo árabe y con toda forma de resurgimiento antropomórfico de la idea de Dios, el Corán, refiriéndose a Jesús, instaura una espiritualidad en la que el hombre tiene valor sólo ante un Dios omnipresente y del cual lo acepta todo. Dentro de estos dos pilares es donde hay que colocar la postura del Corán respecto a Jesús. Él está presente cuando se trata de reforzar la joven comunidad musulmana en la unicidad de Dios. Pero la transcendencia absoluta de Dios (tanzîh) debe ser compatible con una espiritualidad que compromete al creyente a vivir el sentido de la eternidad.
Jesús es utilizado en el Corán para instaurar esta dimensión en que el sentido de la eternidad se acerca a los deberes del momento. El discurso coránico se ha forjado precisamente sacando del fondo común de la conciencia religiosa monoteísta e inspirándose en las grandes figuras para seguir su espíritu y destino particular. De ese modo la participación de Jesús en el nacimiento de una conciencia musulmana es innegable; pero ésta se cumplirá en el sentido del equilibrio entre Unicidad transcendente y Proximidad, entre transcendencia y profundización del soplo divino que hay en el hombre.
Llegados a este punto es necesario recordar que, a diferencia del cristianismo, que se ha inscrito en una tradición monoteísta enriqueciéndola y humanizándola, el Corán tuvo que construir una conciencia religiosa nueva, tanto desde el punto de vista dogmático como espiritual.
Respecto a su ideal, la esperanza, esta forma la síntesis de los dos fundamentos de la conciencia religiosa: la Unicidad y la Proximidad. De esta esperanza, que pone al creyente frente a la misericordia de Dios, nace la paz del alma musulmana que confía en la inalterable generosidad divina. Es por esto por lo que el Corán rechaza la crucifixión de Jesús. Esto no quiere decir que la cruz no pueda dar vida a una espiritualidad y a una fe altamente apreciables. Pero para esto hay que cambiar el conjunto de las creencias, de la historia y sobre todo del ideal.
Si la visión islámica del cristianismo contiene una propia doctrina sobre el Cristo, sobre su misión y sobre su papel escatológico para llevar a su fin el ciclo presente de la historia humana, no cabe duda de que el Corán integra a Jesús sobre todo en la espiritualidad que adopta y la ética a la que quiere dar vida. También es verdad que en la evolución de la mentalidad musulmana, puesta a prueba por conflictos políticos antiguos y recientes, la figura de Jesús, así como la define el Corán, ha perdido parte de sus rasgos emblemáticos. El islam histórico y sobre todo medieval en vez que explicar la visión coránica la ha deformado en algunos de sus aspectos más importantes. Y esto no ha concernido sólo a la enseñanza de Jesús, sino que a veces incluso a su propio ideal y su visión del mundo.
Respecto a Jesús, el más señalado de los deterioros que ha sufrido la concepción musulmana original concierne tanto a su dinámica en el ámbito del monoteísmo y su espiritualidad como a su concepción del hombre y de Dios. Tras una lectura coránica global, basada en una visión unitaria de la historia de la humanidad, y la obra histórica realizada por los árabes musulmanes, pueden entreverse rupturas precoces y destructoras. En cualquier caso, esto no nos impide decir que el testimonio de Jesús está bien anclado en la comunidad musulmana y en su futuro, respecto y a pesar de toda desviación. La presencia de Jesús es una llamada y un sentido: es la misericordia unificadora de los poderes del individuo, de la comunidad y de la humanidad. Su dato fundamental es la responsabilización del hombre y el hecho de hacerle capaz de ser vicario de Dios en la tierra. Esta vicaría puede realizarse sólo con la fe y la conciencia propias de cada época y de cada país. Sobre esta base el testimonio de Jesús para el conjunto de los creyentes (musulmanes) es actual e indefectible. Este los considera los autores permanentes de la civilización gracias a la transformación de la adoración divina en una fuerza viva abierta sobre la realidad que ella reforma, construye y desarrolla indefinidamente.
Para terminar, podemos considerar que si la figura de Jesús en el Corán nos interroga a nivel dogmático, espiritual y ético, esto no impide que su aportación sea considerada hoy desde el punto de vista de las relaciones interreligiosas. Efectivamente, plantea la cuestión del otro en los sistemas religiosos modernos: ¿en qué medida la palabra de Dios llega a los hombres mediante los lenguajes humanos condicionados por el tiempo? Para los musulmanes y para los cristianos las consecuencias de un cambio a este nivel son notables para el futuro de la humanidad. Por mi parte, me gusta citar un pasaje de un pensador musulmán moderno, Kamal Ussain, que, en mi opinión, ha sabido plantear el problema del otro y contextualmente el problema de Jesús en el islam. Dice este autor a aquellos que, en el mundo contemporáneo, buscan a Dios y creen que el hombre, inspirado por Dios y decididamente abierto, es un garante seguro para la supervivencia de la especie humana: «Si tú no te percibes, en lo más hondo de tu ser, como llamado al bien por tu amor de Dios y por tu amor a los hombres que Dios ama; si piensas que evitar a los hombres es un crimen contra Dios [shirk] en su unicidad, porque Dios que los ama te ama a ti también; si piensas que pierdes tu amor de Dios si causas daño a tus amigos que son todos los hombres, entonces tú estás con Jesús, sea cual sea la religión que profesas. Si tú estás entre aquellos que son impulsados al bien por la esperanza que tienen en Dios, por el deseo de una recompensa más abundante y de alegrías sin fin, si tú aspiras a estar al lado de Dios que te asegura la felicidad eterna, entonces tú estás con el islam, sea cual sea la religión que profesas».
Esta concepción lleva a una conclusión obvia: postula, por una parte, una aproximación a la revelación a partir de la multiplicidad de los significados y de los niveles de análisis. Por otra, establece que sólo el diálogo puede salvar al hombre contemporáneo. Esto nos lleva a decir que no hay que minimizar las diferencias entre cristianismo e islam, pero que también es esencial recordar que lo que los une predomina sobre lo que los divide. El diálogo interreligioso sigue siendo el medio mejor para superar el enfrentamiento de los creyentes entre la convicción de la verdad de su religión y el reconocimiento de otras verdades profesadas por otros creyentes no menos sinceros que ellos.
Esta transición puede darse cuando el creyente se adhiere a la misión fundada en la revelación divina considerándola sobre todo como una dinámica de cambio y una generación de la especie ambos juntos al servicio del hombre y de Dios.

Hmida Ennaïfer (profesor de Teología dogmática musulmana de la Universidad de Túnez)

Sobre el autor

Blog del departamento de Teología del Istic

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