viernes, 24 de noviembre de 2006

Laicidad, garantía para la religión

Posted by Rubén García  |  at   21:14

Enzo Bianchi, prior de la comunidad de Bose plantea una interesante reflexión acerca de la oportunidad que una "justa laicidad" supone hoy para la religión cristiana. Lejos de constituir una amenaza, cuando es rectamente planteada, es la que permite el encuentro y respeto entre los creyentes de las diversas religiones, la que permite que el cristianismo no sea domesticado y se mantenga como instancia crítica y subversiva frente a los poderes del mundo
Continúa...

Laicidad, una garantía para la religión
¿Qué darle al Cesar y qué darle a Dios?
Las palabras de Jesús recogidas por los Evangelios-"Dadle al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios"- son palabras pesadas como piedras que han atravesado los siglos hasta hoy y siempre han transmitido su espesor a las comunidades cristianas: a estas palabras se vuelve siempre, convencidos de su verdad y de su calidad imperativa, pero la interpretación tiene que ser siempre renovada, en cada situación histórica, en cada espacio político.
Ciertamente, mirando los siglos de cristiandad, que sucedieron a la época de las persecuciones, a la profunda colaboración entre imperio e iglesia, puede verse que se ha dado al Cesar durante un tiempo, lo que es de Dios y que, sólo como solistas, se han escuchado voces que proféticamente pidieran al imperio no extender su injerencia allá dónde sólo Dios es Señor. Así, si en el oriente ortodoxo el cesaropapismo ha significado no sólo la alianza entre trono y altar, sino también la sumisión de la iglesia al estado, en occidente, con el poder temporal de los papas, se ha llegado a querer darle a Dios lo que le correspondió siempre al Cesar. Y teniendo sobre los hombros este escenario plurisecular hoy nos enfrentamos de nuevo al debate sobre la laicidad, particularmente vivo en Francia, pero presiento que un poco presente en todo el occidente europeo.
Debe ser dicho ante todo que la laicidad, acordada como principio de distinción entre estado y religiones, está hoy no solo aceptada por los cristianos, sino que se ha vuelto una auténtica contribución que ellos saben dar a la actual sociedad, sobre todo en esta fase de construcción de Europa: no hay contradicción entre fidelidad a la iglesia y apego a la instancia de una laicidad bien entendida.
Indudablemente el concepto de laicidad es fluido, y en efecto se propugna aquí y allí una nueva laicidad que se va haciendo cargo de las nuevas exigencias planteadas por las peculiaridades de las religiones en la sociedad. Gradualmente se ha pasado de una laicidad de rechazo o restricción, el laicismo, a una laicidad de respeto o neutralidad positiva y este cambio es percibido por las religiones como una adquisición preciosa y fecunda. Juan Pablo II ha hablado de una "justa laicidad", en la cual todos los ciudadanos puedan sentirse representados, sea una u otra la fe, la ética o la cultura a la que pertenezcan. Recientemente, en el discurso a los embajadores acreditados ante la Santa Sede el papa ha precisado que se invoca a menudo el principio de laicidad, en si legítimo… Pero distinción entre comunidad de creyentes y estado no quiere decir ignorancia. ¡La laicidad no es el laicismo! No es otra cosa que el respeto de toda fe por parte del estado, que asegura el libre ejercicio de las actividades cultuales, espirituales, culturales y caritativas de las muchas comunidades." Se trata de aceptar el hecho religioso en el espacio público, en la sociedad, de no relegarlo a la vida privada, porque las religiones tienen una dimensión social que no puede ser negada.
En una sociedad pluralista, la laicidad es un lugar de comunicación entre las religiones y de garantía para la expresión de los diferentes miembros de la sociedad, no un lugar que quiera contener o reprimir. Si el artículo 9 de la Convención europea de los derechos al hombre del 1950 afirma que la libertad de religión también implica la posibilidad de manifestar, individual y colectivamente esta religión, en público y en privado, entonces hace falta ser muy prudentes cuando se legisla, como está ocurriendo en Francia con las señales de pertenencia religiosa en el espacio público. Me parece un contrasentido que se puedan exhibir en televisión enormes cruces enjoyadas alrededor del cuello, casi compitiendo con aquellos pectorales de los obispos, y luego les se impida a los alumnos de las escuelas llevar un crucecita al cuello, se prohíba el solideo sobre la cabeza o el velo islámico. Con razón Dalil Boubakeur, presidente del Consejo francés para el culto islámico, afirma que el mundo religioso tiene que redefinirse con una espiritualidad que no se exprese en una forma de fetichismo, pero no le corresponde al estado conducir esta operación o prohibirla. Si las señales de pertenencia no turban el orden público o no ofenden la dignidad ajena, intervenir para prohibirlos significaría reprimir un aspecto de la libertad religiosa.
En cuánto a los cristianos, ellos desean una práctica de la laicidad vigilante y acogedora, como el obispo Ricard, presidente de la Conferencia episcopal francesa, ha recordado. Piden al estado que, en nombre de la laicidad, defienda la libertad de conciencia y vele para que sea posible una coexistencia social pacífica entre los miembros de la sociedad, se oponga a cada forma de violencia utilizada para hacer prevalecer ideas y convicciones religiosas, sin olvidar nunca que el estado es laico, pero la sociedad civil no lo es.
El cardenal Sodano, Secretario de Estado, ha pedido sabiamente un "diálogo" estructurado entre la unión europea y las confesiones religiosas, un diálogo constante, formalmente definido en los términos y en las modalidades, sobre las materias que conciernen la vida de las iglesias y las confesiones religiosas. Sería un instrumento de escucha recíproca que permitiría no marginar las religiones y llegar a comunes valoraciones dinámicas, capaces de orientar una eficaz legislación, válida para todos. Así, por ejemplo, no me parece respetuosa de la laicidad la pretensión de una mención del nombre de Dios en la Constitución europea-solicitud que en efecto las iglesias no sostienen-pero es laicismo impedir la mención de las raíces cristianas de Europa: éstas pertenecen a la verdad histórica, que tiene que formar parte de la memoria de una sociedad. Nosotros estamos convencidos que una fórmula capaz de recordar en la Constitución "los legados culturales, religiosos y humanísticos, entre los cuales sobre todo los del cristianismo en sus diferentes expresiones, a menudo en fecunda relación con la civilización hebrea e islámica" sería no sólo necesaria, sino también sumamente significativa y del todo aceptable.
A mi parecer pues, una "justa laicidad" sería de gran beneficio a la vida eclesial de los cristianos que, justo en ella, podrían encontrar protección contra el empleo de la fe como "religión civil", contra un empleo instrumental de la religión por parte de quienes desconocen, de nuevo, la distinción entre Dios y el Cesar. Hay fuerzas políticas, en efecto, que quieren que la iglesia asuma una posición de relieve y un papel dominante dentro de un determinado contexto histórico y, consecuentemente, no mantenga viva la fuerza profética, la memoria subversiva del Evangelio. Desean, en fin, un modelo de cristianismo sumiso y tolerante. Así, los elementos estables de la cultura religiosa serían integrados en el sistema político, las instituciones religiosas serían obligadas a ejercer la mediación, necesaria a la sociedad secularizada; se tendría una recíproca instrumentalización de los poderes religiosos, políticos y sociales capaces de dar estabilidad a la sociedad y de asegurar la continuidad del sistema. Sobre esto hace falta que los cristianos sean vigilantes porque cuando fuerzas políticas quieren ofrecer generosamente protección jurídica o prestaciones financieras a las iglesias, en realidad obran por el propio provecho. Es lo que el Ministro de la Cultura de Baviera también ha observado dirigiéndose, en el 1995, al congreso de los teólogos católicos en Mónaco: "Lo que el estado garantiza a las iglesias, en materia jurídica o por contribuciones financieras no constituye un acto de beneficencia en sus comparaciones. Si se piensa un instante, se pueden percatar que el estado, así haciendo, se favorece a si mismo."
Si la iglesia aceptara desarrollar este papel de religión civil, quizás sea más potente, principalmente capaz de hacer tomar conciencia a la gente pero renunciaría a comunicar el Evangelio, a hacerlo repicar como "buena noticia", palabra que pide conversión y renuncia a los ídolos sociales, profecía liberadora para los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
Enzo Bianchi
La Stampa 31 de enero de 2004

Sobre el autor

Blog del departamento de Teología del Istic

1 comentarios :

Unknown dijo...

Bueno, se nota que algo está cambiando en torno a la "justa laicidad" porque una separación o mezcla agresiva entre estado y religión no ha conducido sino al empobrecimiento. Y si no, miren la propuesta del que puede ser el próximo presidente de la República francesa:
En un libro-entrevista titulado «La République, les religions, l'espérance», editado por la católica Éditions du Cerf, el ministro Sarkozy reflexiona sobre el laicismo, pero también sobre la fe, las personalidades espirituales que le han marcado, la Iglesia católica, las convicciones que quiere transmitir a sus hijos. Una amplia reflexión, recogida en el diario «Avvenire», sobre los valores necesarios de la religión en la República del laicismo.
La revisión de Sarkozy presenta párrafos tan significativos como éstos: «La religión ofrece un gran servicio a la sociedad, dota a los hombres de la esperanza espiritual que el Estado no puede darle». Según el ministro, el concepto de laicismo debe ser «profundamente revisado». El viejo concepto debe renovarse porque «creer que el Estado puede permanecer totalmente indiferente al hecho religioso es una posición desmentida constantemente por la realidad de los hechos», asegura el primer ministro.
Más lugares de culto.
«Debemos volver a una laicidad activa, no pasiva, debemos decir abiertamente que hoy en día es más importante abrir lugares de culto en las grandes áreas urbanas que inaugurar recintos deportivos, también utilísimos. Debemos conseguir que se conviertan en los ideales para la juventud que crece, para todos esos jóvenes que no tienen ideales. Ése es el gran reto», explica Sarkozy a sus entrevistadores, el profesor de filosofía Thibaud Collin y el dominico Philippe Verdin.
La sorpresa continúa cuando el primer ministro hace referencia a las estrictas normas de 1905 que hablan de la separación entre Iglesia y Estado, unas normas que, según Sarkozy, podrían modificarse: «Estas normas no están esculpidas en mármol, no son imposibles de modificar», asegura, mientras concreta la reforma en «una cuestión que no es coyuntural ni episódica: la de la financiación de las tres grandes religiones de Francia».
Financiación.
«Admitámoslo sin hipocresía: hay una contradicción entre la voluntad de reconocer las religiones como un factor positivo en la sociedad y después negarles cualquier forma de financiación pública», asegura. Lo más llamativo, según Sarkozy, es «que el Estado financie un campo de fútbol, una biblioteca, un teatro, una residencia, pero en cuanto las necesidades tienen que ver con el culto, el Estado no entrega ni un céntimo».
Las propuestas del ministro francés continúan: «Deberían construirse más lugares de culto, la ayuda fiscal debería ser mayor para los fieles que participan en el mantenimiento del clero». También se refiere el ministro a la «financiación para la formación del clero», «poniendo a disposición maestros en las materias no espirituales, prestando locales, firmando convenios con los representantes de las religiones para educar a los ministros de culto francés...».
También hay lugar en el libro para hablar de la Iglesia católica. Sarkozy recuerda a sus entrevistadores que «en Francia existe una vieja desconfianza heredada del periodo de las grandes luchas laicas», y pide un planteamiento crítico ante las generaciones anteriores que han «vilipendiado, burlado y ridiculizado a curas y frailes». Para el primer ministro, la función de la Iglesia es ante todo, social: «Si la Iglesia no se preocupara de los más pobres, ¿quién podría hacerlo?», se pregunta. «Respetar a la Iglesia significa reconocerle la vocación de defender a quienes nadie defiende, mantener la tradición de apertura, de consuelo, de fraternidad», sostiene.
El periodista Carlo Cardia hace una reflexión al respecto en el diario «Avvenire»: «Es evidente -escribe- que Sarkozy siente la necesidad de decir a sus ciudadanos que el Estado laico busca deliberadamente excluir a quienes sostienen a los más pobres e indefensos, a quienes pueden alimentar la esperanza de los jóvenes y de los no tan jóvenes, a quienes cultivan una vida espiritual, pero al final se convierte en un Estado empobrecido y sin alma».
Aunque, según cuentan los expertos, no es eso lo que está ocurriendo en Suiza, Alemania y, en general, en los países europeos más secularizados, donde se está produciendo una «inversión de tendencia con un creciente interés por el hecho religioso». Y esta vez Francia parece que abre camino.

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