No puedo negar cierta atracción hacia ese personaje – altivo, agrio y en cierto modo, bruto – representado como el Dr. House. No lo conozco hace mucho y llevaré unos diez capítulos de la serie, pero si el tiempo me lo permitiese ya me habría «agenciado» el resto a través de algún amigo “de esos que siempre consiguen cosas”. Se trata de una atracción irracional, no intelectual, porque no comparto muchos de los principios que dice poseer ni me convencen sus argumentaciones entrecortadas que siempre terminan con un juego de miradas más o menos sugerente. Tampoco comparto sus gustos (salvo su pasión por la Nocilla y la CocaCola) ni su forma de administrar el tiempo. Y no consigo «descifrar» el por qué de esa atracción: no sé si es por la metodología de trabajo que defiende a «capa y espada» – la llamada Groupware – que aparece también en otras series de éxito (El ala oeste de la Casa Blanca en el ámbito de la política, Shark en el ámbito jurídico o CSI en el de la criminología) o si es por la caracterización de un personaje tan políticamente «incorrecto» (parecida a la del protagonista de Shark) que me aportan una frescura inesperada en los tiempos que corren.
Lo cierto, es que me gusta la serie y el personaje y como a mi, le debe gustar a los más de tres millones que, según Cuatro, siguen su emisión cada semana.
Pero qué digo…
¿Por qué he escrito «tres millones» a secas? ¿Por qué no he escrito «tres millones de personas» o al menos, «tres millones de telespectadores»? Buff, creo que diez capítulos de House han sido suficientes… Si continúo viendo la serie, dejándome llevar por esa atracción irracional, acabaré por despersonalizar todo lo que me rodea y si lo despersonalizo, lo deshumanizo y si no hay humanidad a mi alrededor, ¿qué es lo que queda? Según House: «cifras»; quedan cifras, números.
Sí, aunque parezca mentira, los destinatarios de esa mirada penetrante de Gregory House no son personas, sino cifras. Y en esto consiste el perenne malestar con los miembros de su equipo (Chase, Cameron y sobre todo, Foreman). En uno de los últimos capítulos asistimos a una espesa discusión entre este último y House que terminaba con la recriminación del discípulo: «son personas, no son cifras» y que se llevó como respuesta: «las cifras no engañan». El Dr. Foreman no supo qué contestar y simplemente se marchó.
Efectivamente, House ve cifras, números por todos lados, contabilizables, medibles, manipulables… haciendo de la medicina una matemática aplicada como le ha sucedido a la física moderna, a la biología o a la química. El atractivo de los números es que responden a una lógica exacta y los métodos matemáticos se han convertido en la panacea de cualquier disciplina científica. House ve en sus pacientes, en sus órganos o en la interacción de los distintos sistemas corpóreos, cifras susceptibles de ser tratadas con la misma exactitud con que la matemática trata los números. Y en este sentido, es verdad que «las cifras no engañan».
Por eso, es entendible su constante reivindicación de libertad. Libertad para la investigación, libertad para la experimentación, libertad para hacer daño a «uno» si va a salvar a «muchos», libertad para proponer a los pacientes, a su equipo o a la dirección del hospital manipulaciones ilegales y a veces, faltas de toda ética. House maneja un concepto de libertad ligado a los números que no ofrecen ninguna resistencia a la manipulación ni necesitan de protecciones legales o éticas.
Hace poco, en otra discusión – esta vez con Cameron – le oímos citar al mismísimo Santo Tomás de Aquino para justificar la existencia del libre arbitrio como la capacidad que cada uno tiene para hacer lo que quiera. Hacen bien los guionistas de la serie al reclamar su autoridad sobre una cuestión que trató en varios lugares y con extensión, pero aluden a él basados en una pobre comprensión de la libertad muy lejana del Aquinate. House pide libertad para «decidir» y «hacer» porque maneja un mal concepto de libertad que por un lado, coincide con lo que los clásicos llamaban «la acción voluntaria» (soy libre cuando puedo hacer lo que quiero) y por otro, está desligado del concepto de persona en el que se fundamenta cualquier sentido de la libertad humana. House diagnostica cifras, números, cuyo valor es relativo con respecto a otros números o a las fórmulas en las que se insertan; no son fines absolutos en sí mismos (el «1» es «1» con respecto al «0» o al «2») y por lo tanto, ya están determinados por la misma lógica que los origina. Los números no tienen libertad que mostrar u oponer a la libertad del doctor. Simplemente son calculables, intercambiables, manipulables…
Para Santo Tomás, en cambio – como sugiere en la cuestión 83 de la primera parte de la Suma Teológica – el libre arbitrio no es simplemente un acto voluntario, sino la elección sobre los actos voluntarios y esto sólo es posible para los seres que poseen entendimiento y voluntad (seres humanos) y para los que son poseedores de su finalidad y pueden «autodeterminarse» (la persona humana). La libertad es una propiedad de la persona humana y es imposible entenderla sin esta: existe libertad porque existe la persona y a la vez, la libertad es el bien «inalienable» de la persona. Por eso, las personas no sólo tienen derecho a que se les respete como a seres libres, sino a que se les trate con libertad.
House, no trata con libertad a las personas porque no trata personas, sino números: hace matemáticas. Y en esto consiste el problema de la despersonalización: que «las cifras no engañan» es cierto, pero también lo es que no dicen toda la verdad.
Donde él ve cifras, en realidad hay personas y con las personas no se puede «jugar» como con los números, no sólo porque tengan sentimientos y les duela que se les manipule, sino sobre todo, porque son seres libres ante los que resulta «ridículo» e «inhumano» reclamar una libertad que en realidad es el simple voluntarismo de un médico con síndrome de matemático juguetón.
Santo Tomás nos ofrece una noción de libertad como autoposesión que está relacionada con la dignidad de la persona humana. Y ¿en qué consiste esta dignidad? Es difícil explicarlo en unas pocas líneas, pero básicamente podríamos decir que consiste en la realidad de «un ser singular subsistente». Es decir, en la perfección del «acto de ser» por la que un ser humano en el ejercicio de su libertad, de su autocomprensión o autoposesión, sólo puede decir: «yo soy». Este difícil razonamiento es el que le llevó a plantear que la persona humana es el ser más perfecto de la creación y el que señala con su libertad que es imagen de Dios. Si no queremos complicarnos mucho asumiremos la síntesis que siglos más tarde haría Kant: «la persona es un fin en sí misma». La persona es para Santo Tomás un absoluto y no es intercambiable por otra cosa o por otras personas porque no es relativa a nada, sino que en sí misma es un fin. Esta es, según Hegel, la idea con la que el cristianismo ha colaborado en mayor medida al desarrollo del pensamiento.
No se está reclamando libertad cuando se traiciona la noción de persona o cuando se va directamente contra su dignidad. Lo que House pide en estas circunstancias es permiso para deshumanizar, para despersonalizar y no tener que enfrentarse a otras libertades. Pide permiso para tratar a cifras y hacer lo que quiera. Y claro que puede curar – las cifras no engañan y las matemáticas son exactas – pero lo hace de manera inhumana y siempre intercambiando personas como objetos contabilizables: mata a un hermano para salvar a otro, da un veneno a un padre en fase terminal para quitarle un órgano para su hijo, recomienda un aborto para que una madre no tenga que sufrir diálisis durante toda la vida, droga a un amigo para comprobar su reacción, ridiculiza las creencias de un miembro de su equipo para forzarlo a realizar una prueba contra su conciencia a pesar de saber que la prueba no serviría para nada… Todas estas situaciones son reales en la serie y han ido saliendo en los distintos capítulos que he visto.
House no reivindica libertad, sino el voluntarismo y la deshumanización de la medicina. Foreman podría haber contestado que las cifras no dicen toda la verdad porque detrás de las cifras que ve House, en realidad existen personas con las que no se puede sumar y restar porque son entidades absolutas, no lógicamente absolutas sino existencialmente absolutas.
Claro está que he usado el personaje de esta serie como una excusa. En realidad el abandono de la noción de persona para fundamentar la dignidad humana y la libertad, no son exclusivos, por desgracia, de este personaje con inexplicable gancho y ni siquiera, de la medicina.
Hoy está en crisis el concepto de persona como «fin en sí misma» y por eso, asistimos con asombro al descalabro de la propia dignidad del ser humano. Nos cuesta horrores determinar en qué consiste eso de la «dignidad» y en nuestros desarrollos teóricos nos atrevemos a intercambiar a la persona dentro de reglas lógicas que quieren ser exactas y establecerse como principios: la dictadura de las mayorías, las soluciones rápidas y fáciles según el mal menor, la asumsión de los efectos colaterales, la convicción establecida de que el fin siempre justifica los medios…
La despersonalización es un riesgo que hoy tenemos todos y que afecta a la medicina, pero también a la política, a las convenciones sociales, a los análisis de población, a la resolución de problemas éticos, a cuestiones de justicia…
Rescatar el concepto de persona como fin en sí misma, su inviolabilidad y su incuestionabilidad, es una tarea urgente no sólo para que House vuelva a ser humano, sino por el bien de toda la humanidad.
(Publicado en la revista “Iglesia al Día”)
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