El segundo comentario es de Ernesto Galli della Loggia
2. Aquello que la historia humana no llega a colmar
por Ernesto Galli della Loggia
El pasado y el presente; Occidente y su tradición cultural de un lado, la modernidad del otro: es entre estos dos polos que parece moverse la reflexión que Benedicto XVI ha dado hasta aquí a sus intervenciones de mayor empeño, en particular a sus dos encíclicas. Una reflexión cuyo contenido verdadero no es otro que el destino del cristianismo.
Sólo si Occidente, en efecto, el antiguo teatro geográfico e histórico que primero acogió el mensaje proveniente de Jerusalén para hacer alma y forma de su cultura, entenderá toda la profundidad de la relación con sus propios orígenes cristianos, sólo bajo esta condición – parece pensar el Papa – la religión de al Cruz podrá soportar el desafío que le lanzan los nuevos tiempos, manteniendo todavía su ánimo firme en la antigua promesa de non praevalebunt.
De aquí el impulso a repasar de algún modo el entero recorrido de evento cristiano, a recorrer los muchos caminos a través de los cuales el cristianismo no sólo ha plasmado Occidente después de haberse mezclado con sus raíces clásicas, sino – contrariamente a una convicción difundida – también ha preparado y hasta favorecido la venida de la modernidad.
El objetivo muy ambicioso es nada menos el de, como se lee, “una autocrítica de la edad moderno en diálogo con el cristianismo” en la cual por otra parte “confluya también una autocrítica del cristianismo moderno”, o sea – si entiendo bien – de un tipo de “nuevo inicio” marcado por lo que se presenta como el nuevo objetivo de este pontificado: la reconciliación entre religión y modernidad.
Al proceder en esta dirección me parece que el Papa opera un vuelco decisivo no tanto respecto al Concilio Vaticano II en cuanto tal, sino ciertamente respecto a la “vulgata” ha circulado largamente en los años siguientes respecto al mismo.
De hecho Benedicto XVI parece poner al centro de la atención – entiéndase bien: a la atención no política, sino teológica – de la Iglesia no más genéricamente el “mundo” sino Occidente, el problema de Occidente. En grupo él distingue con seguridad los términos teóricamente cruciales para el discurso cristiano sobre la modernidad ya no, como había hecho el Vaticano II, en la “justicia”, en la “paz” y en la autodeterminación individual y colectiva, sino en la “razón” y en la “ciencia” (la segunda, en especial, sustancialmente ausente en la temática conciliar).
Todo ello es bien visible en la última encíclica del Papa. Si con la “Deus caritas est” Joseph Ratzinger había explorado algunos de los cambios revolucionarios introducidos por el mensaje evangélico en el mundo de la “intimidad moral”, en particular en la relación con el otro, entre aquellos dos “otros” por antonomasia que son el hombre y la mujer, con la “Spe salvi” él concentra su atención sobre un aspecto también decisivo que Benedetto Croce llamó la “revolución cristiana” que está en el origen del mundo moderno: vale decir, la relación absolutamente nueva respecto a la dimensión del futuro que aquella revolución significó para las culturas en las que tuvo modo de afirmarse.
Con ello, el análisis de Benedicto XVI define su impostación, que en esta encíclica es propiamente suya (pero que ya se mostraba en la precedente), de una declinación de la perspectiva teológica que tiende continuamente a configurarse como filosofía de la historia. Mejor aún, para quien como mira estas cosas desde el exterior: a poner la religión cristiana como el origen antes de la historia como dimensión típica del pensamiento occidental.
Si de hecho – como la encíclica no se cansa de subrayar haciendo de ello su propio eje – la fe cristiana es por la esencia de la esperanza, fe en un futuro (“los cristianos tienen un futuro”; “sus vidas no terminan en el vacío”); si esta – como escribe de modo muy evidente el Papa – ha “atraído dentro del presente el futuro”, y lo ha hecho – agrega él mismo – teniendo en mente el futuro no de este o aquel individuo sino de la entera comunidad de creyentes, pues bien, 'cómo no ver precisamente en ello, entonces, la premisa por aquella más general tensión al mañana y más allá que ha marcado tan íntimamente toda nuestra civilización?
Pero precisamente en esta tensión está el origen de la idea de que el hoy prepara el mañana, que el sentido de cuanto ocurre hoy es en esta preparación, y por tanto que el acontecer humano en su conjunto, poseyendo una dirección, un fin, posee también un sentido, un significado.
Aquí está en resumen el origen, para decirlo con una sola palabra, de la idea de historia. Y por consecuencia, de la fractura de la que se sustancia la modernidad: desde el momento que es precisamente en el ámbito de la “esperanza”, del “futuro”, del significado de la historia – a lo largo de un recorrido que desde la espera del Paraíso ha conducido a la espera del progreso – que se ha desarrollado quizá el principal momento de laicización de la mentalidad colectiva moderna.
El escrito del Papa Ratzinger – nunca antes como en este caso absolutamente suyo: a un cierto punto se lee un “yo estoy convencido” del todo inusual para el texto de una encíclica – es por una buena parte el reconocimiento en el campo de la historio de las ideas de las causas que han llevado a la expulsión de la esperanza cristiana del mundo por obra especialmente del binomio ciencia-libertad. Pero para ratificar naturalmente que ni la ciencia, ni las siempre parciales realizaciones políticas de la libertad estarán jamás en grado de satisfacer la necesidad de justicia y de amor que se agita en cada ser humano y que es en cambio la sustancia de la esperanza cristiana, garantizada por Dios a los creyentes: “sólo Dios puede crear la justicia”, así como sólo el amor puede balancear el sombrío “sufrimiento de los siglos”.
También a quien no tiene fe, como yo, no le cuesta estar de acuerdo en la existencia de este irreparable “adicional” que la historia humana privada de Dios no llegaría jamás a colmar.
Pero este estar de acuerdo – que no tiene ni quiere tener nada de formal, y por lo demás debería estar en la sustancia casi por descontado – no puede callarse una observación crítica que reviste el conjunto del análisis de la encíclica, tan convincente en muchos pasajes: 'por qué la historia del Occidente cristiano ha resultado de esta manera? 'Por qué esta parece concluirse con un jaque a la religión que inclusive la forjado tan íntimamente?
La respuesta está quizá en aquella que en un determinado punto – que ya lo he recordado – la encíclica misma llama la necesaria “autocrítica del cristianismo moderno”: indicación a la cual no se le da ninguna continuación.
Me pregunto si es lícito esperar de Benedicto XVI lo que habríamos sin duda preguntado al profesor Ratzinger. No lo sé. Pero estoy seguro que si acaso en un mañana el pontífice quisiese hacer sentir su voz para responder a esta interrogante, aquella voz suscitaría quizá un eco no destinado a apagarse en el tiempo.
viernes, 25 de julio de 2008
Pensadores no creyentes comentan la "Spe salvi" (II)
Posted by
Rubén García
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9:20
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1 comentarios :
Credo ut intelligam e intelligo ut credam (creo para entender y entiendo para creer) decía San Agustín en un hermoso sermón.
Es asombroso como puede vaciarse el contenido de tan hermosa encíclica con sólo excluir la fe.
Muy interesante todo.
Natalio
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